jueves, 1 de octubre de 2015

EL PRINCIPIO DE LA ESCALA

EL PRINCIPIO DE LA ESCALA
Por: Ouspensky

P. ¿En su experiencia el mundo estaba representado en diferentes escalas?
                                   
R. Debería yo decir que tanto arriba como abajo el mundo estaba representado en diferentes escalas, y estas escalas nunca se encontraban para mí, nunca penetraron la una en la otra, permanecían enteramente inconmensurables.

Toda la dificultad estaba precisamente en esto, y esta dificultad fue sentida en ese entonces.

Me convencí de que si pudiera tender un puente de lo que estaba abajo a lo que estaba arriba, o más bien dicho en la dirección opuesta, de lo que estaba arriba a lo que estaba abajo, compren­dería yo todo lo que estaba abajo, porque partiendo de arriba, los prin­cipios fundamentales, seria fácil y simple comprender todo lo que estaba abajo.

Pero nunca logré poner en contacto los principios con los hechos porque, aun cuando como ya lo he dicho, todos los hechos se convirtieron rápidamente en complicados jeroglíficos, estos jeroglíficos todavía se di­ferenciaban mucho de los principios superiores.

Nada de lo que estoy escribiendo, nada de lo que puede decirse acerca de mis experiencias, podrá comprenderse si el continuo tono emocional de estas experiencias no se toma en consideración.

No había nunca momentos de calma, desapasionados, sin emoción; todo estaba lleno de emoción, de sentimiento, casi de pasión.

La cosa más extraña en todas estas experiencias era el retorno, el regreso al estado ordinario, al estado al que nosotros llamamos vida.

Esto era algo muy parecido a la muerte o a lo que yo pensaba que debería ser la muerte.
Generalmente este retomo ocurría cuando despertaba en la mañana después de un experimento interesante la noche anterior.

Los experimen­tos casi siempre terminaban en el sueño.

Durante este sueño yo eviden­temente pasaba al estado ordinario y despertaba en el mundo de todos los días, en el mundo en el que despertaba todas las mañanas.

Pero este mundo tenía algo extraordinariamente deprimente, estaba increíblemente vacío, carecía de color y de vida.

Era como si en él todo fuera de madera, como si fuera una enorme máquina de madera con crujientes ruedas de madera, con pensamientos de madera, actitudes de madera, sensaciones de madera; todo era terriblemente lento, se movía con gran dificultad, o se movía con un melancólico crujir.

Todo carecía de vida, de alma, de sentimientos.

Eran terribles estos momentos de despertar en un mundo irreal des­pués de un mundo real, en un mundo muerto después de uno vivo, en un mundo limitado, cortado en pequeños pedazos, después de un mundo infinito y unido.

No conseguí llegar particularmente a nuevos hechos por medio de mis experimentos, pero conseguí llegar a nuevas ideas.

Cuando vi que mi primer objetivo, es decir, el objetivo mágico, permanecía inalcanzable, em­pecé a pensar que la creación artificial de estados místicos podría con­vertirse en el principio de un nuevo método de la psicología.

Este objetivo podría haber sido alcanzado si hubiera yo encontrado posible cambiar mi estado de conciencia al mismo tiempo que conservar la completa facultad de observación.

Todo demostró que esto era imposible de lograrse total­mente.

El estado de conciencia cambiaba, pero yo no podía controlar el cambio, no podía nunca decir con seguridad en qué resultaría el expe­rimento, e incluso no siempre podía observar; las ideas se sucedían unas tras otras y desaparecían con gran rapidez.

Tuve que reconocer que aun cuando mis experimentos habían establecido muchas posibilidades, no ofrecían material para obtener conclusiones exactas.

Las cuestiones fun­damentales sobre la relación de la magia subjetiva con la magia objetiva y con el misticismo quedaron sin respuestas decisivas.

Pero después de mis experimentos empecé a comprender muchas cosas de modo diferente.

Empecé a comprender que muchas especulaciones filosóficas y metafísicas, completamente diferentes en materia, en forma y en terminología, pudieron haber sido en realidad intentos para expresar precisamente aquello a cuyo conocimiento yo llegué, y que he tratado de describir.

Comprendí que en el fondo de muchos de los sistemas de estudio sobre el mundo y el hombre podían encontrarse experiencias y sensaciones muy semejantes a las mías, quizá idénticas a ellas.

Me con­vencí de que por cientos y miles de años el pensamiento humano ha estado girando alrededor de algo que no ha podido nunca expresar.

De todos modos mis experimentos me dieron la indiscutible evidencia de la posibilidad de ponerse en contacto con el mundo real que se en­cuentra en el fondo del oscilante espejismo del mundo visible.

Me con­vencí de que el conocimiento del mundo real es posible pero que, como se me hizo cada vez más claro durante mis experimentos, requería un modo de acercarse diferente y una preparación diferente.

Reuniendo todo lo que había yo leído y oído acerca de la cuestión, no pude menos que ver que muchas gentes antes que yo habían llegado al mismo resultado, y que muchas, lo más probablemente, habían llegado mucho más lejos que yo.

Pero todas ellas siempre se habían enfrentado inevitablemente a la misma dificultad, a saber, a la imposibilidad de comunicar en el lenguaje del mundo muerto las impresiones del mundo vivo.

Ouspensky




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