miércoles, 11 de febrero de 2015

ENCONTRAR UN MEDIO PARA CAMBIAR

ENCONTRAR UN MEDIO DE CAMBIAR

P. ¿Es posible encontrar un medio de cambiar deliberadamente nuestro estado de conciencia?

R. Sin embargo, me dije a mí mismo que si pudiéramos encontrar un medio de cambiar delibera­damente nuestro estado de conciencia, conservando al mismo tiempo nues­tra facultad de auto-observación, esto nos daría material completamente nuevo para el estudio de uno mismo.

Nosotros siempre nos miramos desde el mismo ángulo.

Si lo que yo suponía demostraba ser correcto, esto querría decir que nos podríamos ver desde ángulos completamente nuevos e inesperados.

Los primeros experimentos me mostraron la dificultad de la tarea que me había impuesto y en parte me explicaron el fracaso de muchos experimentos que habían sido llevados a cabo por otros antes que yo.

Un cambio en el estado de conciencia como resultado de mis expe­rimentos empezó a realizarse muy pronto, mucho antes y más fácilmente de lo que yo había pensado.

NUEVAS E INESPERADAS EXPERIENCIAS………

Pero la principal dificultad era que el nuevo estado de conciencia obtenido daba inmediatamente como producto tanto, que era nuevo e inesperado, y estas nuevas e inesperadas experiencias llegaban y brillaban tan rápidamente, que no podía encontrar palabras, no podía encontrar formas de lenguaje, no podía encontrar conceptos, que me colocaran en posibilidad de recordar lo que había ocurrido no sólo para mí mismo, sino mucho menos para comunicarlo a los demás.

EXTRAÑA DUALIDAD DENTRO DE MÍ………

La primera sensación psíquica nueva que apareció fue la sensación de extraña dualidad dentro de mí.

Estas sensaciones ocurren, por ejem­plo, en momentos de gran peligro o, en general, bajo la acción de emo­ciones fuertes, cuando un hombre hace o dice algo casi automáticamente y al mismo tiempo se observa a si mismo.

SENSACIÓN DE DUALIDAD………

Esta sensación de dualidad fue la primera sensación psíquica que apareció en mis experimentos y gene­ralmente permanecía durante todo el tiempo, aún en las experiencias más extrañas y fantásticas.

UN CIERTO PUNTO QUE OBSERVABA………

Siempre había un cierto punto que observaba.

Desgraciadamente no siempre éste podía recordar lo que había ob­servado.

Los cambios en los estados psíquicos, esta “dualidad de la personali­dad” que ocurría, y muchas otras cosas que estaban en conexión con ella, generalmente principiaban como a los veinte minutos después de que empezaba el experimento.

UN MUNDO ENTERAMENTE NUEVO

Cuando este cambio se presentaba me encontraba en un mundo enteramente nuevo y enteramente desconocido para mí, que no tenía nada en común con el mundo en el que vivimos, y mucho menos con el mundo que consideramos como la continuación de nuestro mundo en dirección de lo desconocido.

Esa fue una de las primeras sensaciones extrañas que me dejaron sorprendido

Nos lo confesemos a nosotros mismos o no, tenemos una cierta concepción de lo incognoscible y de lo desconocido o, para ser más exactos, una cierta anticipación de ello.

Esperamos ver un mundo que es extraño pero que está formado en general de la misma clase de fenó­menos a los que estamos acostumbrados, o que exista de acuerdo con las mismas leyes, o que tenga al menos algo en común con el mundo que conocemos.

No podemos imaginarnos nada nuevo, del mismo modo como tampoco podríamos imaginarnos un animal enteramente nuevo que no se pareciera en alguna forma a los animales que conocemos.

Y en este caso pude ver desde un principio que todo lo que semi-conscientemente construimos en relación con lo desconocido es completa y absolutamente falso.

Lo desconocido no se parece a nada de lo que suponemos que se parece.

Lo absolutamente inesperado de todo lo que se encuentra por estas experiencias, desde lo más grande a lo más pequeño, hace difícil su descripción.

En primer lugar, todo se encuentra unido, todo está ligado, todo se explica por algo más y a su vez explica otra cosa.

No hay nada separado, es decir, nada que pueda nombrarse o describirse separadamente.

Para poder describir las primeras impresiones, las primeras sensaciones, es necesario describirlas todas al mismo tiempo.

El mundo nuevo con el que uno entra en contacto no tiene lados, de modo que es imposible describir primero un lado y luego otro.

Todo este mundo es visible a la vez por todos los puntos; pero cómo poder describir algo de él en estas condiciones es algo que no podía contestar.

Comprendí por qué todas las descripciones de experiencias místicas son tan pobres, tan monótonas y tan artificiales.

Un hombre se pierde entre el infinito número de impresiones totalmente nuevas, para cuya expresión no tiene ni palabras ni formas.

Cuando desea expresarlas o comunicarlas a alguien más, involuntariamente usa palabras que en el lenguaje ordinario corresponden a lo más grande, a lo más poderoso, a lo más raro y extraordinario, por más que de ningún modo correspondan a lo que ve, percibe o experimenta.

El hecho es que no tiene otras pa­labras a su alcance, pero en la mayor parte de los casos el hombre ni siquiera se da cuenta de esta substitución porque sus experiencias se conservan en su memoria como en realidad fueron ellas sólo que por unos momentos.

Muy pronto ellas se debilitan, se diluyen, son substitui­das por las palabras que a gran prisa y accidentalmente se les adhirieron para conservarlas en la memoria, y muy pronto no quedan más que estas palabras.

Esto explica por qué los hombres que han tenido expe­riencias místicas utilizan, para expresarlas y trasmitirlas, esas formas de IMÁGENES, PALABRAS y modos de lenguaje que les son más conocidas, a las que están acostumbrados a usar con mayor frecuencia y que son para ellos las más típicas características.

De este modo puede fácilmente suceder que diferentes personas describan y comuniquen una experien­cia absolutamente idéntica como totalmente distinta.

Un hombre reli­gioso hará uso de los moldes usuales de su religión.

Hablará de Jesús Crucificado, de la Virgen María, de la Divina Trinidad, etc.

Un filósofo tratará de expresar sus experiencias en el lenguaje metafísico al que está acostumbrado.

Por ejemplo, hablará de “categorías” o de “mónadas”, o de “cualidades transcendentales”, o de cosas parecidas.

Un teósofo ha­blará del mundo “astral”, de “formas de pensamiento” y de “Maestros”.

Un espiritista hablará de los espíritus de los muertos y de las comuni­caciones con ellos.

Un poeta hablará de sus experiencias en lenguaje de cuentos de hadas o de mitos antiguos, o describiéndolas como sensaciones de amor, embeleso o éxtasis.

Mi impresión personal fue que en el mundo con el que entré en contacto no había nada que se pareciera a ninguna de las descripciones que había yo leído u oído antes.

Una de las primeras impresiones que me asombraron fue que en este mundo no había absolutamente nada que en alguna forma se pa­reciera al “mundo astral” teosófico o espiritista.

Digo que me “asombró”, no porque yo creyera en realidad en este mundo astral, sino porque probablemente yo había pensado inconscientemente acerca del mundo desconocido en formas del mundo astral.

De hecho, por ese tiempo estaba yo hasta cierto punto bajo la influencia de la literatura teosófica, por lo que se refiere, de cualquier modo, a la nomenclatura.

Para decirlo más correctamente, evidentemente pensé, sin formularlo muy claramente, que algo debería haber detrás de esas descripciones tan concretas del mundo invisible que se encuentran en los libros teosóficos.

De modo que en un principio me fue difícil admitir que todo el mundo astral que era descrito con tanto detalle por diferentes autores no existiera absolutamente.

Más tarde encontré que muchas otras cosas tampoco existían.

Trataré de describir brevemente lo que encontré en este extraño mundo en el que yo mismo me encontré.

Lo que noté en primer lugar, simultáneamente con la “división de mi personalidad en dos”, fue que la relación entre lo objetivo y lo sub­jetivo se rompía, estaba totalmente cambiada, y tomaba ciertas formas que a nosotros nos son incomprensibles.

Pero “objetivo” y “subjetivo” no son sólo palabras.

No quiero ocultarme tras estas palabras, sino que quiero describir lo más exactamente que sea posible lo que sentí realmente.

Para este fin debo explicar qué es lo que yo llamo “objetivo”: y “subjetivo”.

Mi mano, la pluma con la que escribo, la mesa, todos estos son fenómenos objetivos.

Mis pensamientos, mis imágenes mentales, los cuadros de mi imaginación, todos estos son fenómenos subjetivos.

El mundo se encuentra dividido para nosotros, a lo largo de estas líneas, cuando estamos en nuestro estado ordinario de conciencia, y toda nues­tra orientación ordinaria camina a lo largo de las líneas de esta división.

En el nuevo estado todo esto estaba completamente cambiado.

En primer término nosotros estamos acostumbrados a la constancia de la relación entre lo subjetivo y lo objetivo —lo que es objetivo es siempre objetivo, lo que es subjetivo es siempre subjetivo.

Aquí pude ver que lo objetivo y lo subjetivo podían cambiar de lugar.

Uno podía convertirse en el otro.

Esto es muy difícil de expresarse.

La habitual desconfianza de lo objetivo desaparecía; cada pensamiento, cada sentimiento, cada imagen, era inmediatamente objetivizada en formas substanciales reales que no se diferenciaban en ningún modo de las formas de los fenómenos objetivos, y al mismo tiempo los fenómenos objetivos desaparecían en alguna forma, perdían toda realidad, aparecían completamente subjetivos, ficticios, inventados, sin existencia real alguna.

Esta fue la primera experiencia.

Algo más, para tratar de describir este extraño mundo en el que yo me encontré, debo decir que parecía más que nada un mundo de relaciones matemáticas muy complicadas.

Imaginad un mundo en el que todas las relaciones de cantidades, de la más simple a la más complicada, tienen forma.

Ciertamente es fácil decir “imaginad tal mundo”.

Yo comprendo perfectamente bien que “imaginar” este mundo es imposible.

Y sin embargo, al mismo tiempo, lo que estoy diciendo es la aproximación más cercana a la verdad que puede hacerse.

 “Un mundo de relaciones matemáticas”, esto quiere decir un mundo en el que todo está unido, en el que nada existe separadamente y en el que al mismo tiempo las relaciones entre las cosas tienen una existencia real aparte de las cosas mismas; o, posiblemente, las “cosas” no existen siquiera y sólo las “relaciones” existen.

No me estoy engañando; y me doy cuenta de que mis descripciones son muy pobres y probablemente no expresarán lo que yo recuerdo.

Pero recuerdo haber visto operando a las leyes matemáticas y recuerdo haber visto al mundo como el resultado de la operación o acción de estas leyes.

De modo que el proceso de la creación del mundo, cuando pensé acerca de él, apareció ante mí bajo el aspecto de la diferenciación de algunos principios o cantidades básicas muy simples.

Esta diferenciación siempre se realizaba ante mis ojos en ciertas formas, algunas veces por ejemplo tomando la forma de un dibujo muy complicado que se desarrollaba de un motivo básico muy simple, que se repetía continuamente y que entraba en todas las combinaciones posibles en el diseño.

De manera que el diseño entero no estaba formado de otra cosa que de combinaciones y repeticiones del motivo básico y podía desde cualquier punto, por así decirlo, resolverse en sus elementos componentes.

Algunas veces era mú­sica, que principiaba de modo semejante con algunos sonidos muy simples y que poco a poco se complicaba en armoniosas combinaciones expresa­das en formas visibles, parecidas al diseño que acabo de describir o que se confundían completamente con él.

La música y el diseño formaban un solo todo, como expresando el uno al otro.

A lo largo de las más extrañas experiencias siempre sentí que nin­guna de ellas permanecería cuando yo volviera a mi estado ordinario.

Comprendía que para poder recordar lo que había yo visto y sentido todo tenía que ser traducido en palabras.

Pero para muchas cosas no había palabras, en tanto que otras pasaban ante mi tan fugazmente que no tenia yo tiempo de conectarlas con ninguna palabra.

Aún en ese tiempo, en medio de estas experiencias, sentía que lo que yo estaba recor­dando era solamente una parte insignificante de lo que había pasado por mi conciencia.

Continuamente me decía a mí mismo: “Debo recordar cuando menos que esto es, que esto fue, y que ésta es la única realidad, mientras que todo lo demás en comparación con ello no tiene ninguna realidad.”

Llevé a cabo mis experimentos bajo las condiciones más variadas y en los ambientes más distintos.

Poco a poco me fui convenciendo de que lo mejor era estar solo.

La verificación de los experimentos, esto es, la observación por otra persona, o el registro de las experiencias en el mismo momento en que tenían lugar, eran completamente imposible.

De cualquier modo yo nunca tuve ningún resultado de este modo.

Cuando traté de tener a alguien cerca de mí durante estos experi­mentos, encontré que no podía mantenerse ninguna conversación.

Em­pezaba yo a decir algo, pero entre la primera y la segunda palabras de mi oración se me ocurría tal cantidad de ideas y tantas se sucedían una a otra, que las dos palabras guardaban entre sí una enorme distancia y hacían imposible encontrar cualquier relación entre ellas.

Y a la tercera palabra generalmente me olvidaba de lo que antes había dicho y, tratando de recordarlo, encontraba millones de nuevas ideas, pero olvidaba completamente dónde había yo principiado.

Recuerdo por ejemplo el principio de una frase:

“Yo dije ayer...”

No acababa yo de pronunciar la palabra “yo” cuando un número de ideas empezó a dar vueltas en mi cabeza acerca del significado de la palabra, en un sentido filosófico, en un sentido psicológico, y en todos los demás sentidos.

Todo esto era tan importante, tan nuevo y profundo, que cuando pronuncié la palabra “dije”, no pude entender lo más mínimo qué es lo que entendía por ella.

Desligándome con dificultad del primer círculo de pensamientos acerca de “yo”, pasé a la idea “dije”, e inmediatamente encontré en ella un contenido inmenso.

La idea de lenguaje, la posibilidad de expresar pensamientos en palabras, el tiempo pretérito del verbo, cada una de estas ideas produjo una explosión de pensamientos, de conjeturas, de comparaciones y asociaciones.

De modo que cuando pronuncié la palabra “ayer” era ya absolutamente incapaz de compren­der por qué la había yo dicho.

Pero ella a su vez me llevó inmediata­mente a las profundidades de los problemas del tiempo, del pasado, del presente y del futuro, y se empezaron a descubrir ante mi tales posibili­dades de acercarme a estos problemas que perdí el aliento.

Fueron precisamente estos intentos de conversación, hechos en estos extraños estados de conciencia, los que me dieron la sensación de cambio en el tiempo que es descrito por casi todos los que han hecho experi­mentos como el mío.

Este es un sentimiento de la extraordinaria pro­longación del tiempo, en el que los segundos parecen ser años o décadas.

A pesar de todo, el sentimiento usual del tiempo no desapareció; sólo que junto a él o dentro de él apareció por así decirlo otro sentimien­to de tiempo, y dos momentos del tiempo ordinario, como dos palabras de mi oración, podían estar separados por largos periodos de otro tiempo.

Recuerdo cuánto me sorprendió esta sensación la primera vez que la experimenté.

Mi compañero estaba diciendo algo.

Entre cada sonido de su voz, entre cada movimiento de sus labios, pasaron largos períodos.

Cuando había terminado de decir una corta frase, cuyo significado no pude comprender absolutamente, sentí que había yo vivido tanto du­rante ese tiempo que nunca más podríamos entendernos, que yo me había alejado demasiado de él.

Me pareció que todavía podíamos hablar­nos y hasta cierto grado entendernos al principio de esta frase, pero al final parecía completamente imposible, porque no había modo de comu­nicarle todo lo que yo había vivido mientras tanto.

Los intentos de escribir tampoco dieron ningún resultado, excepto en dos o tres ocasiones, en que cortas formulaciones de mis pensamien­tos, escritas durante el experimento, hicieron posible después que como prendiera yo y descifrara algo de una serie de recuerdos confusos e indefinidos.

Pero generalmente todo terminaba con la primera palabra.

Muy raras veces fui más allá.

Algunas veces lograba escribir una frase, pero generalmente cuando iba yo terminando no recordaba y no com­prendía lo que quería ella decir o por qué la había yo escrito, y después tampoco podía recordar esto.

Trataré de describir sucesivamente cómo se realizaban mis experi­mentos.

Omito el fenómeno fisiológico que precedía al cambio de mi estado psíquico.

Mencionaré sólo que la pulsación ora aumentaba, alcanzando gran velocidad, ora disminuía.

En conexión con esto observé varias veces un fenómeno muy inte­resante.

En el estado ordinario la disminución o la aceleración intencional de la respiración produce latidos acelerados del corazón.

Pero en este caso, completamente sin ninguna intención de mi parte, se establecía entre la respiración y los latidos del corazón una conexión que ordinariamente no existe, es decir, acelerando la respiración aceleraba yo los latidos del corazón, disminuyendo la respiración disminuía los lati­dos del corazón.

Sentí que detrás de esta nueva capacidad se encuentran posibilidades muy grandes.

Traté por lo tanto de no estorbar el trabajo del organismo, sino de dejar que las cosas siguieran su curso natural.

Dejada a sí misma, la pulsación se intensificó y fue sentida poco a poco en varias partes del cuerpo como si ganara cada vez más terreno, y al mismo tiempo llegó a balancearse hasta que finalmente empezó a ser sentida en todo el cuerpo simultáneamente y después de ello continuó como un latido.

Esta pulsación sincronizada siguió aumentando de velocidad, y de repente se sintió una conmoción en todo el cuerpo como si hubiera sal­tado un resorte, y al mismo tiempo algo se abrió en mí.

Todo cambió súbitamente, empezó algo extraño, nuevo, completamente diferente a lo que ocurre en la vida.

A esto llamé al primer umbral.

Había en este nuevo estado mucho que era incomprensible e inespe­rado, especialmente en el sentido de una confusión todavía mayor entre lo objetivo y lo subjetivo; y había también otros fenómenos nuevos de los cuales hablaré ahora.

Pero este estado no era, empero, completo.

Debería ser llamado con más propiedad el estado transicional.

En muchos casos mis experimentos no me llevaron más allá de este estado.

Algunas veces, sin embargo, este estado aumentaba en profundidad y en amplitud como si me fuera sumergiendo poco a poco en la luz.

Después de esto llegó todavía el momento de otra transición, también una especie de con­moción en todo el cuerpo.

Y sólo después de esto empezó el estado más interesante que pude lograr en mis experimentos.

El “estado de transición” contenía casi todos los elementos de este estado, pero al mismo tiempo carecía de algo de lo más importante y esencial.

El “estado transicional” no se diferenciaba mucho en esencia de los sueños, especialmente de los sueños en el “estado de semi-sueño”, aun cuando tenía sus propias formas muy características.

Y el “estado transicional” podría haberme engañado por una cierta sensación de lo milagroso conectada con él, si no hubiera yo sido capaz de adoptar una actitud suficientemente crítica hacia él, basada principalmente en mis primeros experimentos en el estudio sobre los sueños.

En el “estado transicional”, que, según pude convencerme muy pron­to, era enteramente subjetivo, generalmente empezaba yo casi inmedia­tamente a oír “voces”.

Estas “voces” eran una cualidad característica del “estado transicional”.

Las voces me hablaban y a menudo decían cosas muy extrañas que parecían tener cierto cariz de truco en ellas.

Algunas veces en los pri­meros momentos me sentía conmovido por lo que oía yo en esta forma, especialmente cuando respondían a ciertas anticipaciones vagas y sin forma definida que yo tenía.

Algunas veces oía yo música que evocaba en mí muchas emociones diferentes y poderosas.

Pero con bastante extrañeza sentí desde el primer día desconfianza por estos estados.

Comprendían demasiadas promesas, demasiadas cosas que yo quería tener.

Las voces hablaban de todas las cosas posibles.

Me advertían.

Me probaban y me explicaban todas las cosas del mundo, pero sin embargo lo hacían demasiado simplemente.

Empecé a pregun­tarme a mí mismo si no habría inventado yo mismo todo lo que ellas decían, si no seria mi sola imaginación, esa imaginación inconsciente que da origen a nuestros sueños, en los que podemos ver a muchas per­sonas, hablar con ellas, oír sus voces, recibir su consejo, etc.

Después de pensar en esta forma tenia yo que decirme a mí mismo que las voces no me hablaban de nada que yo no pudiera haber pensado.

Al mismo tiempo lo que aparecía en esta forma era con frecuencia muy semejante a las “comunicaciones” recibidas en las sesiones mediumnísticas, o por medio de la escritura automática.

Las voces se daban a si mismas con frecuencia diferentes nombres, me decían muchas cosas halagadoras y trataban de dar respuesta a toda clase de pregun­tas.

En algunas ocasiones yo mantenía extensas conversaciones con estas voces.

Una vez hice una pregunta en relación con la Alquimia.

No puedo recordar ahora la pregunta exacta, pero creo que fue algo acerca de las diferentes denominaciones de los cuatro elementos: fuego, agua, aire y tierra, o acerca de la relación de los cuatro elementos entre sí.

Puse la pregunta en conexión con lo que yo leía por aquel entonces.

Como respuesta a esta pregunta una voz que se llamó a sí misma con un nombre muy conocido, me dijo que la respuesta a mi pregunta podía encontrarse en cierto libro.

Cuando dije que no tenía yo este libro, la voz me dijo que lo podría encontrar en la Biblioteca Pública (esto sucedió en San Petersburgo) y me aconsejó leer el libro con mucho cuidado.

Pregunté en la Biblioteca Pública, pero el libro (publicado en inglés) no se encontraba ahí.

Solo había una traducción alemana de él en veinte partes, de las cuales faltaban las tres primeras.

Pero muy pronto pude conseguir en algún otro sitio el libro en inglés y en realidad encontré ciertos hechos muy íntimamente conectados con mi pregunta, aun cuando no daban una respuesta completa a ella.

Esta circunstancia, y algunas otras parecidas, me mostraron que en estos estados transicionales pasé por las mismas experiencias por las que pasan los médiums, los clarividentes y demás personas de esta clase.

Una voz me dijo algo muy interesante acerca del Templo de Salomón en Jerusalem, algo que yo creía no saber antes, o que de haberlo leído en alguna parte, había olvidado completamente.

Entre otras cosas, al describir el templo, la voz dijo que había enjambres de moscas ahí.

Ló­gicamente esto era muy comprensible y aún inevitable.

En un templo en el que se hicieron sacrificios, en que se mataban animales y en que naturalmente había sangre y toda clase de inmundicias, debería indu­dablemente haber habido muchas moscas.

A la vez esto parecía nuevo y, hasta donde puedo recordar, nunca había leído acerca de las moscas en conexión con los templos antiguos.

Pero no hacia mucho tiempo que había yo estado en el Oriente y vi las cantidades de moscas que puede haber ahí en las condiciones ordinarias.

Estas descripciones del Templo de Salomón, y particularmente las “moscas”, me brindaron una explicación completa de muchas cosas ex­trañas con las que me había encontrado en mis lecturas y que no podía yo llamar ni falsificaciones deliberadas ni verdadera clarividencia.

De modo que la “clarividencia” de Leadbeater y del Dr. Steiner, todo lo referente a las “relaciones akásicas”, las descripciones de lo que sucedió hace decenas de miles de años en la mítica Atlantis o en otros países prehistóricos, eran indudablemente de la misma naturaleza que las moscas en el Templo de Salomón.

La única diferencia era que yo no creía en mis experiencias, en tanto que las “relaciones akásicas” eran consideradas y son consideradas como reales tanto por sus autores como por los que leen acerca de ellas.

Muy pronto se me hizo claro que ni en éstas ni en las otras expe­riencias había nada de real.

Todo era un reflejo, todo provenía de la memoria, de la imaginación.

Las voces se callaron inmediatamente cuando pasé a algo familiar y concreto que podía ser demostrado.

Esto me explicó por qué es que los autores que describen Atlantis son incapaces con el auxilio de su “clarividencia” de resolver cualquier problema práctico que se refiera al presente y que siempre puede encon­trarse fácilmente, pero que por alguna razón ellos evitan tocar.

¿Por qué saben ellos todo lo que sucedió hace treinta mil años y no saben lo que está sucediendo en el momento de sus experimentos pero en otro lugar?

Durante todos estos experimentos me di cuenta de que si creía en estas voces llegaría a un límite y no podría seguir adelante.

Esto me atemorizó.

Me di cuenta de que todo era un auto-engaño; de que por muy atractivo que fuera todo lo que las voces decían y prometían, esto no conduciría a ninguna parte, sino que me dejaría exactamente donde estaba.

Comprendí que era precisamente esto lo que constituía la “se­ducción”, es decir, que todo provenía de la imaginación.

Decidí luchar con estos estados transicionales, adoptando hacia ellos una actitud muy crítica y rechazando como poco digno de tomarse en cuenta todo lo que yo pudiera haberme imaginado.

Esto empezó inme­diatamente a dar resultados.

Tan pronto como empecé a rechazar todo lo que oía, convenciéndome de que era el mismo “material de que están hechos los sueños”, y descartándolo decididamente por algún tiempo, rehusando a escuchar todo o a poner atención en todo, mi estado y mis experiencias cambiaron.

Pasé al segundo umbral, del que ya he hecho mención, más allá del cual empezaba un mundo nuevo.

Las “voces” desaparecieron; en su lugar se escuchaba algunas veces una voz, que siempre podía ser reco­nocida no importaba las formas que tomara.

Al mismo tiempo este nuevo estado se diferenciaba del estado transicional por su extraordinaria lu­cidez de conciencia.

Me encontré entonces en el mundo de las relaciones matemáticas, en el que no había nada que se pareciera a lo que sucede en la vida.

También en este estado, después de pasar el primer umbral y en­contrándome en el “mundo de las relaciones matemáticas”, obtuve con­testaciones a todas mis preguntas, pero las contestaciones a menudo to­maban formas muy extrañas.

Para poder comprenderlas debe tomarse en “cuenta que el mundo de las relaciones matemáticas en el que me encontraba no permanecía inmóvil; esto es, no había nada en él qué permaneciera como había estado en el momento anterior.

Todo cam­biaba, se transformaba, variaba, se convertía en otra cosa.
Algunas veces veía yo desaparecer repentinamente todas las relaciones matemáticas una tras otra en el infinito.

El infinito absorbía todo, llenaba todo; todas las distinciones se borraban.

Y sentía que en un momento más desaparecería yo en el infinito.

Me sentía asaltado por el terror ante la inminencia de este cataclismo.

Algunas veces este terror me hacía saltar, moverme, para poder ahuyentar la pesadilla que me había atrapado.

Entonces sentía yo que alguien se reía de mí; a veces me parecía oír la risa.

De repente descubría que era yo el que me reía de mí mismo, que había yo caído nuevamente en la trampa de la “seducción”, esto es, que había seguido un mal camino.

El infinito me atraía y al mismo tiempo me atemorizaba y me repelía.

Y llegué a comprenderlo como completamente diferente.

El infinito no era la infinita continuación en una dirección, sino la infinita variación en un punto.

Comprendí que el terror al infinito resulta de un erróneo modo de acercarse a él, de una errónea actitud hacia él.

Comprendí que con un modo adecuado de acercarse a él, el infinito es precisamente el que explica todo, y que nada puede explicarse sin él.

Al mismo tiempo sentí que en el infinito había una verdadera ame­naza y un verdadero peligro.

Describir sucesivamente el curso de mis experiencias, el curso de las ideas que me llegaban y el curso de los fugaces pensamientos, es algo completamente imposible, especialmente porque ningún experimen­to era nunca igual a otro.

Cada vez aprendía yo algo nuevo sobre una misma cosa, en tal forma, que cambiaba fundamentalmente todo lo que había yo aprendido sobre ella antes.

Un rasgo característico del mundo en el que yo me encontraba era, como he dicho ya, su estructura matemática y la completa ausencia de todo lo que pudiera expresarse en el lenguaje de los conceptos ordina­rios.

Para usar la terminología teosófica estaba yo en el mundo mental “Arupa”, pero la peculiaridad de mis observaciones era que sólo este mundo “Arupa” existía.

Todo lo demás era sólo obra de la imaginación.

El mundo real era un “mundo sin formas”.

Es un hecho interesante que en mi primer experimento me encontré inmediatamente o casi in­mediatamente en este mundo, escapando al “mundo de las ilusiones”.

Pero en subsecuentes experimentos las “voces” parecían tratar de dete­nerme en el mundo imaginario, y podía yo salir de él sólo cuando luchaba con decisión y resueltamente con las ilusiones que ellas hacían surgir.

Todo esto me recordaba poderosamente algo que había yo leído antes.

Me parecía que, en la literatura existente, en las descripcio­nes de los experimentos mágicos o en las descripciones de iniciaciones y de pruebas preliminares, había algo semejante a lo que yo había experimentado y sentido, pero por supuesto esto no se refiere a las modernas “sesiones” ni tampoco a las tentativas de magia ceremonial, que es una completa inmersión en el mundo de las ilusiones.

Un fenómeno interesante en mis experimentos era la conciencia de peligro que me amenazaba desde el infinito y las constantes advertencias que venían de alguien, como si hubiera alguien que me estuviera vigi­lando todo el tiempo y que constantemente tratara de persuadirme de no proseguir en mis experimentos, de no tratar de seguir adelante en este camino, que era erróneo e ilegal desde el punto de vista de ciertos principios que en ese entonces yo sentía y comprendía sólo débilmente.

Las que he llamado “relaciones matemáticas” cambiaban continua­mente alrededor de mi y dentro de mi, algunas veces la forma de sonidos, de música, otras veces la forma de un dibujo, otras la forma de luz lle­nando el espacio entero, de una clase de vibración visible de rayos de luz, cruzándose entre sí, entrelazándose, llenando todo.

En relación con esto había un inconfundible sentimiento de que por estos sonidos, por este dibujo, por esta luz, yo aprendía algo que no sabia antes.

Pero comunicar lo que yo aprendía, decirlo o escribirlo era muy difícil.

La dificultad de explicar aumentaba por el hecho de que las palabras no expresan bien, y en realidad no pueden expresar, la esencia del intenso estado emocional en el que me encontraba durante estos experimentos.

Este estado emocional era quizá la más vivida característica de las experiencias que estoy describiendo.

Sin él no habría habido nada.

Todo llegaba a través de él, esto es, todo era comprendido gracias a él.

Para poder comprender mis experiencias debe tomarse en cuenta que de ningún modo era yo indiferente a los sonidos y a la luz mencionada antes.

Me adentraba yo en todo por medio del sentimiento, y experimen­taba emociones que no existen nunca en la vida.

El nuevo conocimiento que me llegaba, llegaba cuando estaba yo en un estado emocional extra­ordinariamente intenso.

Mi actitud hacia este nuevo conocimiento no era de ningún modo de indiferencia; o bien me atraía con vehemencia o me sentía horrorizado por él, luchaba contra él o me quedaba sorprendido ante su presencia; y eran precisamente estas emociones, juntamente con otras mil, las que me daban la posibilidad de comprender la naturaleza del nuevo mundo ante el cual me encontraba.

El número “tres” jugaba un papel muy importante en el mundo en que me hube de encontrar.

En una forma completamente incomprensible para nuestras matemáticas entraba en todas las relaciones de magnitu­des, las creaba y era producto de ellas.

Todo tomado en conjunto, es decir, el universo entero, aparecía a veces en la forma de una “triada”, formando un todo, y adquiriendo el aspecto de un gran trébol.

Cada una de las partes de la “triada”, por un proceso interno, se transformaba otra vez en una “triada”, y este proceso continuaba hasta que toda se llenaba con “triadas”, que se convertían en música, en luz o en dibujos.

Una vez más debo decir que todas estas descripciones expresan muy débilmente lo que sucedía, ya que no brindan el elemento emocional de gozo, azoro, arrobamiento, horror, todos transformándose continuamente uno en el otro.

Como he dicho ya, los experimentos se llevaban a cabo con los mejores resultados cuando estaba yo solo y acostado.

Algunas veces, sin embargo, traté de realizarlos mientras estaba entre la gente o caminando en las calles.

Estos experimentos generalmente fracasaban.

Algo empezaba, pero terminaba casi inmediatamente, conduciendo a un pesado estado físico.

Pero en ocasiones me transportaba yo a un mundo diferente.

En estos casos el mundo ordinario entero se transformaba de un modo muy sutil y extraño.

Todo cambiaba, pero es absolutamente imposible describir qué era lo que sucedía.

Lo primero que puede decirse es que no había nada que permaneciera indiferente.

Todo tomado en conjunto y cada cosa separadamente me afectaba de uno o de otro modo.

En otras palabras, yo recibía todo emocionalmente, reaccionaba a todo emocionalmente.

Aun más, en este nuevo mundo que me rodeaba, no había nada separado, nada que no tuviera conexión con otras cosas o conmigo personalmente.

Todas las cosas estaban unidas entre si, y no accidentalmente, sino por incomprensibles cadenas de causas y efectos.

Todas las cosas guardaban una cierta dependencia una con otra, todas vivían la una en la otra.

Además, en este mundo no había nada muerto, nada inanimado, nada que no pensara, nada que no sintiera, nada inconsciente.

Todo vivía, todo era consciente de sí mismo.

Todo me hablaba y yo podía hablar a todo.

Especialmente interesantes eran las casas y otros edificios por los que yo pasaba, principalmente las casas viejas.

Todas ellas eran seres vi­vientes, llenos de pensamientos, sentimientos, estados de ánimo y re­cuerdos.

La gente que vivía en ellas era sus pensamientos, sentimientos, estados de ánimo.

Con esto quiero decir que la gente en relación con las casas jugaba aproximadamente el mismo papel que los diferentes “yos” de nuestra personalidad juegan en relación con nosotros.

Estos llegan y se van, a veces viven dentro de nosotros por mucho tiempo, otras se presentan sólo por breves momentos.

Recuerdo haber visto con asombro una vez la cabeza, la cara de un caballo de tiro en el Nevsky.

Me dio la expresión total del ser de un caballo.

Mirando la cara del caballo comprendí todo lo que podía com­prenderse acerca de la naturaleza de un caballo.

Todas las características de la naturaleza de un caballo, todo aquello de lo que es capaz un caballo, todo aquello de lo que es incapaz, todo lo que puede hacer, todo lo que no puede hacer; todo esto era expresado en los rasgos y líneas de la cara del caballo.

Una vez un perro me dio una sensación semejante.

Al mismo tiempo el caballo y el perro no eran simplemente un perro y un caballo; eran “átomos”, “átomos” conscientes y móviles de grandes organismos, “el gran caballo” y “el gran perro”.

Comprendí entonces que también nosotros somos átomos de un gran organismo, “el gran hombre”.

Toda cosa es un átomo de una “gran cosa”.

Un vaso es un átomo de un “gran vaso”.

Un tenedor es un átomo de un “gran tenedor”.

Esta idea y otros diferentes pensamientos que quedaron en mi memo­ria de mis experiencias entraron a formar parte de mi libro Tertium Organum, que de hecho fue escrito durante estos experimentos.

De modo que la formulación de las leyes del mundo neumónico y muchas otras ideas acerca de las dimensiones superiores tuvieron su origen en lo que yo aprendí en el curso de estos experimentos.

Algunas veces sentí durante estos experimentos que comprendía mu­chas cosas con gran claridad, y sentí que si yo pudiera conservar en alguna forma lo que comprendía en este momento, sabría pasar a este estado en cualquier momento que yo quisiera; sabría cómo detener este estado y cómo hacer uso de él.

La cuestión de cómo detener este estado surgía continuamente y yo me la planteaba muchas veces cuando me encontraba en el estado en el que podía recibir respuestas a mis preguntas; pero no pude conseguir nunca una respuesta directa a ello, esto es, la respuesta que yo quería.

Generalmente la respuesta principiaba desde un punto muy lejano y, ampliándose poco a poco, abarcaba todo, de manera que al final de cuen­tas las respuestas se referían a todas las preguntas posibles.

Naturalmente, por esa razón no podía yo retenerlas en la memoria. Recuerdo que en una ocasión, en un nuevo estado de especial vehe­mencia y lucidez de expresión, es decir, cuando comprendí con toda claridad todo lo que yo deseaba comprender, decidí encontrar una fórmu­la, una clave, que pudiera yo, por así decirlo, conservar para el día siguiente.

Decidí resumir en breve todo lo que entendí en este momento y poner por escrito, de ser posible en una frase, lo que era necesario hacer para transportarme al mismo estado inmediatamente, por un giro del pensamiento y sin ninguna preparación preliminar, ya que esto me parecía posible de realizarse siempre.

Encontré esta fórmula y la escribí con un lápiz en un pedazo de papel.

Al día siguiente leí la frase.

“Piensa en otras categorías”.

Estas fueron las palabras, pero ¿cuál era su significado?

¿Dónde estaba todo lo que yo había asedado con estas palabras cuando las escribí?

Todo había desaparecido, todo se había desvanecido como un sueño.

Ciertamente que la frase “piensa en otras categorías” tenía un significado; sólo que yo no podía acordarme de él, no podía alcanzarlo.

Posteriormente con esta frase sucedió exactamente lo mismo que había sucedido con muchas otras palabras y fragmentos de ideas que habían permanecido en mi memoria después de mis experiencias.

Al principio estas frases parecían estar completamente vacías.

Incluso me reía de ellas, encontrando en su existencia una prueba completa de la imposibilidad de transportar algo de allá hacia acá.

Pero poco a poco algo empezó a revivir en mi memoria, y en el curso de dos o tres sema­nas recordé más y más de lo que se relacionaba con estas palabras.

Y aun cuando todo ello todavía permanecía muy vagamente, como si se mirara a gran distancia, empecé a ver un significado, es decir, un sig­nificado especial, en palabras que al principio parecían simples designaciones abstractas de algo carente de cualquier significación práctica.

El mismo proceso se repitió casi siempre.

Un día después del expe­rimento recordaba yo muy poco.

Algunas veces, hacia la noche, vagos recuerdos empezaban a volver.

Al día siguiente podía recordar más; durante las siguientes dos o tres semanas podía recordar detalles aislados de estas experiencias, aun cuando siempre me daba perfecta cuenta de que en general sólo recordaba una parte infinitesimal.

Cuando traté de hacer experimentos con mayor frecuencia que cada dos o tres semanas, eché a perder los resultados, es decir, todo se volvía una confusión, no podía acordarme de nada.

Pero proseguiré la descripción de los experimentos realizados con éxito.

Muchas veces, quizá siempre, tenia yo el sentimiento de que cuando pasaba yo el segundo umbral me ponía en contacto conmigo mismo, con lo que era mío y que estaba siempre dentro de mi, que siempre me veía y siempre me decía algo que no podía siquiera oír en los estados ordinarios de conciencia.

¿Por qué no puedo comprender?

Yo contestaba: simplemente porque en el estado ordinario miles de voces se oyen al mismo tiempo dando origen a lo que llamamos nuestra “conciencia”, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros es­tados de ánimo, nuestra imaginación.

Estas voces ahogan la voz interna.

Mis experimentos no agregaron nada a la “conciencia” ordinaria; la redujeron, aun cuando al reducirla aumentaron su intensidad en un grado incomprensible.

¿Qué fue lo que hicieron entonces?

Obligaron a estas voces de la conciencia ordinaria a guardar silencio, las apagaron o las hicieron no audibles.

Luego empecé a oír la otra voz, que llegaba como de arriba, de un cierto punto sobre mi cabeza.

Comprendí entonces que todo el problema y todo el objeto consistía en oír a esta voz constan­temente, en estar en constante comunicación con ella.

El ser al que esta voz pertenecía sabia todo, comprendía todo, y sobre todo estaba libre de miles de pequeños y desorientadores pensamientos y estados “perso­nales” de ánimo.

Podía tomar todo con calma, podía considerar todo objetivamente, tal como era en realidad.

Y al mismo tiempo todo esto era yo.

Por qué razón esto podía ser así y por qué en el estado ordinario yo estaba tan lejos de mí mismo, si yo era esto, era algo que no podía explicar.

Algunas veces durante los experimentos llamaba a mi ordinario yo “yo” y al otro “él”.

Algunas veces, por el contrario, llamaba al ordi­nario yo “él” y al otro “yo”.

Pero volveré más tarde el problema del “yo” en general y al estudio del “yo” en el nuevo estado de conciencia, porque todo esto era mucho más complicado que el mero desplazamiento de un “yo” por el otro.

Por el momento quiero tratar de describir, hasta donde ha podido conservarlo mi memoria, cómo este “él” o este “yo” miraba a las cosas como distintas de como las miraba el “yo” ordinario.

Ouspensky






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