ENCONTRAR
UN MEDIO DE CAMBIAR
P.
¿Es posible encontrar un medio de cambiar deliberadamente nuestro estado de
conciencia?
R.
Sin embargo, me dije a mí mismo que si pudiéramos encontrar un medio de cambiar
deliberadamente nuestro estado de conciencia, conservando al mismo tiempo nuestra
facultad de auto-observación, esto nos daría material completamente nuevo para
el estudio de uno mismo.
Nosotros
siempre nos miramos desde el mismo ángulo.
Si
lo que yo suponía demostraba ser correcto, esto querría decir que nos podríamos
ver desde ángulos completamente nuevos e inesperados.
Los
primeros experimentos me mostraron la dificultad de la tarea que me había
impuesto y en parte me explicaron el fracaso de muchos experimentos que habían
sido llevados a cabo por otros antes que yo.
Un
cambio en el estado de conciencia como resultado de mis experimentos empezó a
realizarse muy pronto, mucho antes y más fácilmente de lo que yo había pensado.
NUEVAS
E INESPERADAS EXPERIENCIAS………
Pero
la principal dificultad era que el nuevo estado de conciencia obtenido daba
inmediatamente como producto tanto, que era nuevo e inesperado, y estas nuevas
e inesperadas experiencias llegaban y brillaban tan rápidamente, que no podía
encontrar palabras, no podía encontrar formas de lenguaje, no podía encontrar
conceptos, que me colocaran en posibilidad de recordar lo que había ocurrido no
sólo para mí mismo, sino mucho menos para comunicarlo a los demás.
EXTRAÑA
DUALIDAD DENTRO DE MÍ………
La
primera sensación psíquica nueva que apareció fue la sensación de extraña
dualidad dentro de mí.
Estas
sensaciones ocurren, por ejemplo, en momentos de gran peligro o, en general,
bajo la acción de emociones fuertes, cuando un hombre hace o dice algo casi
automáticamente y al mismo tiempo se observa a si mismo.
SENSACIÓN
DE DUALIDAD………
Esta
sensación de dualidad fue la primera sensación psíquica que apareció en mis
experimentos y generalmente permanecía durante todo el tiempo, aún en las
experiencias más extrañas y fantásticas.
UN
CIERTO PUNTO QUE OBSERVABA………
Siempre
había un cierto punto que observaba.
Desgraciadamente
no siempre éste podía recordar lo que había observado.
Los
cambios en los estados psíquicos, esta “dualidad de la personalidad” que
ocurría, y muchas otras cosas que estaban en conexión con ella, generalmente
principiaban como a los veinte minutos después de que empezaba el experimento.
UN
MUNDO ENTERAMENTE NUEVO
Cuando
este cambio se presentaba me encontraba en un mundo enteramente nuevo y
enteramente desconocido para mí, que no tenía nada en común con el mundo en el
que vivimos, y mucho menos con el mundo que consideramos como la continuación
de nuestro mundo en dirección de lo desconocido.
Esa
fue una de las primeras sensaciones extrañas que me dejaron sorprendido
Nos
lo confesemos a nosotros mismos o no, tenemos una cierta concepción de lo
incognoscible y de lo desconocido o, para ser más exactos, una cierta
anticipación de ello.
Esperamos
ver un mundo que es extraño pero que está formado en general de la misma clase
de fenómenos a los que estamos acostumbrados, o que exista de acuerdo con las
mismas leyes, o que tenga al menos algo en común con el mundo que conocemos.
No
podemos imaginarnos nada nuevo,
del mismo modo como tampoco podríamos imaginarnos un animal enteramente nuevo
que no se pareciera en alguna forma a los animales que conocemos.
Y
en este caso pude ver desde un principio que todo lo que semi-conscientemente
construimos en relación con lo desconocido es completa y absolutamente falso.
Lo
desconocido no se parece a nada de lo que suponemos que se parece.
Lo
absolutamente inesperado de todo lo que se encuentra por estas experiencias,
desde lo más grande a lo más pequeño, hace difícil su descripción.
En
primer lugar, todo se encuentra unido, todo está ligado, todo se explica por
algo más y a su vez explica otra cosa.
No
hay nada separado, es decir, nada que pueda nombrarse o describirse separadamente.
Para
poder describir las primeras impresiones, las primeras sensaciones, es
necesario describirlas todas al
mismo tiempo.
El
mundo nuevo con el que uno entra en contacto no tiene lados, de modo que es
imposible describir primero un lado y luego otro.
Todo
este mundo es visible a la vez por todos los puntos; pero cómo poder describir
algo de él en estas condiciones es algo que no podía contestar.
Comprendí
por qué todas las descripciones de experiencias místicas son tan pobres, tan
monótonas y tan artificiales.
Un
hombre se pierde entre el infinito número de impresiones totalmente nuevas,
para cuya expresión no tiene ni palabras ni formas.
Cuando
desea expresarlas o comunicarlas a alguien más, involuntariamente usa palabras
que en el lenguaje ordinario corresponden a lo más grande, a lo más poderoso, a
lo más raro y extraordinario, por más que de ningún modo correspondan a lo que
ve, percibe o experimenta.
El
hecho es que no tiene otras palabras a su alcance, pero en la mayor parte de
los casos el hombre ni siquiera se da cuenta de esta substitución porque sus
experiencias se conservan en su memoria como en realidad fueron ellas sólo que
por unos momentos.
Muy
pronto ellas se debilitan, se diluyen, son substituidas por las palabras que a
gran prisa y accidentalmente se les adhirieron para conservarlas en la memoria,
y muy pronto no quedan más que estas palabras.
Esto
explica por qué los hombres que han tenido experiencias místicas utilizan,
para expresarlas y trasmitirlas, esas formas de IMÁGENES, PALABRAS y modos de
lenguaje que les son más conocidas, a las que están acostumbrados a usar con
mayor frecuencia y que son para ellos las más típicas características.
De
este modo puede fácilmente suceder que diferentes personas describan y
comuniquen una experiencia absolutamente idéntica como totalmente distinta.
Un
hombre religioso hará uso de los moldes usuales de su religión.
Hablará
de Jesús Crucificado, de la Virgen María, de la Divina Trinidad, etc.
Un
filósofo tratará de expresar sus experiencias en el lenguaje metafísico al que
está acostumbrado.
Por
ejemplo, hablará de “categorías” o de “mónadas”, o de “cualidades
transcendentales”, o de cosas parecidas.
Un
teósofo hablará del mundo “astral”, de “formas de pensamiento” y de
“Maestros”.
Un
espiritista hablará de los espíritus de los muertos y de las comunicaciones
con ellos.
Un
poeta hablará de sus experiencias en lenguaje de cuentos de hadas o de mitos
antiguos, o describiéndolas como sensaciones de amor, embeleso o éxtasis.
Mi
impresión personal fue que en el mundo con el que entré en contacto no había
nada que se pareciera a ninguna de las descripciones que había yo leído u oído
antes.
Una
de las primeras impresiones que me asombraron fue que en este mundo no había
absolutamente nada que en alguna forma se pareciera al “mundo astral” teosófico
o espiritista.
Digo
que me “asombró”, no porque yo creyera en realidad en este mundo astral, sino
porque probablemente yo había pensado inconscientemente acerca del mundo
desconocido en formas del mundo astral.
De
hecho, por ese tiempo estaba yo hasta cierto punto bajo la influencia de la
literatura teosófica, por lo que se refiere, de cualquier modo, a la
nomenclatura.
Para
decirlo más correctamente, evidentemente pensé, sin formularlo muy claramente,
que algo debería haber detrás de esas descripciones tan concretas del mundo
invisible que se encuentran en los libros teosóficos.
De
modo que en un principio me fue difícil admitir que todo el mundo astral que
era descrito con tanto detalle por diferentes autores no existiera
absolutamente.
Más
tarde encontré que muchas otras cosas tampoco existían.
Trataré
de describir brevemente lo que encontré en este extraño mundo en el que yo
mismo me encontré.
Lo
que noté en primer lugar, simultáneamente con la “división de mi personalidad
en dos”, fue que la relación entre lo objetivo y lo subjetivo se rompía,
estaba totalmente cambiada, y tomaba ciertas formas que a nosotros nos son
incomprensibles.
Pero
“objetivo” y “subjetivo” no son sólo palabras.
No
quiero ocultarme tras estas palabras, sino que quiero describir lo más
exactamente que sea posible lo que sentí realmente.
Para
este fin debo explicar qué es lo que yo llamo “objetivo”: y “subjetivo”.
Mi
mano, la pluma con la que escribo, la mesa, todos estos son fenómenos
objetivos.
Mis
pensamientos, mis imágenes mentales, los cuadros de mi imaginación, todos estos
son fenómenos subjetivos.
El
mundo se encuentra dividido para nosotros, a lo largo de estas líneas, cuando
estamos en nuestro estado ordinario de conciencia, y toda nuestra orientación
ordinaria camina a lo largo de las líneas de esta división.
En
el nuevo estado todo esto estaba completamente cambiado.
En
primer término nosotros estamos acostumbrados a la constancia de la relación
entre lo subjetivo y lo objetivo —lo que es objetivo es siempre objetivo, lo
que es subjetivo es siempre subjetivo.
Aquí
pude ver que lo objetivo y lo subjetivo podían cambiar de lugar.
Uno
podía convertirse en el otro.
Esto
es muy difícil de expresarse.
La
habitual desconfianza de lo objetivo desaparecía; cada pensamiento, cada
sentimiento, cada imagen, era inmediatamente objetivizada en formas
substanciales reales que no se diferenciaban en ningún modo de las formas de
los fenómenos objetivos, y al mismo tiempo los fenómenos objetivos desaparecían
en alguna forma, perdían toda realidad, aparecían completamente subjetivos,
ficticios, inventados, sin existencia real alguna.
Esta
fue la primera experiencia.
Algo
más, para tratar de describir este extraño mundo en el que yo me encontré, debo
decir que parecía más que nada un mundo de relaciones matemáticas muy complicadas.
Imaginad
un mundo en el que todas las relaciones de cantidades, de la más simple a la
más complicada, tienen forma.
Ciertamente
es fácil decir “imaginad tal mundo”.
Yo
comprendo perfectamente bien que “imaginar” este mundo es imposible.
Y
sin embargo, al mismo tiempo, lo que estoy diciendo es la aproximación más
cercana a la verdad que puede hacerse.
“Un mundo de relaciones matemáticas”, esto
quiere decir un mundo en el que todo está unido, en el que nada existe
separadamente y en el que al mismo tiempo las relaciones entre las cosas tienen
una existencia real aparte de las cosas mismas; o, posiblemente, las “cosas” no
existen siquiera y sólo las “relaciones” existen.
No
me estoy engañando; y me doy cuenta de que mis descripciones son muy pobres y
probablemente no expresarán lo que yo recuerdo.
Pero
recuerdo haber visto operando a las leyes matemáticas y recuerdo haber visto al
mundo como el resultado de la operación o acción de estas leyes.
De
modo que el proceso de la creación del mundo, cuando pensé acerca de él, apareció ante mí bajo el aspecto
de la diferenciación de algunos principios o cantidades básicas muy simples.
Esta
diferenciación siempre se realizaba ante mis ojos en ciertas formas, algunas
veces por ejemplo tomando la forma de un dibujo muy complicado que se
desarrollaba de un motivo
básico muy simple, que se repetía continuamente y que entraba en todas las
combinaciones posibles en el diseño.
De
manera que el diseño entero no estaba formado de otra cosa que de combinaciones
y repeticiones del motivo
básico y podía desde cualquier punto, por así decirlo, resolverse en sus
elementos componentes.
Algunas
veces era música, que principiaba de modo semejante con algunos sonidos muy
simples y que poco a poco se complicaba en armoniosas combinaciones expresadas
en formas visibles, parecidas al diseño que acabo de describir o que se confundían completamente con él.
La
música y el diseño formaban un solo todo, como expresando el uno al otro.
A
lo largo de las más extrañas experiencias siempre sentí que ninguna de ellas
permanecería cuando yo volviera a mi estado ordinario.
Comprendía
que para poder recordar lo que había yo visto y sentido todo tenía que ser
traducido en palabras.
Pero
para muchas cosas no había palabras, en tanto que otras pasaban ante mi tan
fugazmente que no tenia yo tiempo de conectarlas con ninguna palabra.
Aún
en ese tiempo, en medio de estas experiencias, sentía que lo que yo estaba
recordando era solamente una parte insignificante de lo que había pasado por
mi conciencia.
Continuamente
me decía a mí mismo: “Debo recordar cuando menos que esto es, que esto fue,
y que ésta es la única realidad, mientras que todo lo demás en comparación
con ello no tiene ninguna realidad.”
Llevé
a cabo mis experimentos bajo las condiciones más variadas y en los ambientes
más distintos.
Poco
a poco me fui convenciendo de que lo mejor era estar solo.
La
verificación de los experimentos, esto es, la observación por otra persona, o
el registro de las experiencias en el mismo momento en que tenían lugar, eran
completamente imposible.
De
cualquier modo yo nunca tuve ningún resultado de este modo.
Cuando
traté de tener a alguien cerca de mí durante estos experimentos, encontré que
no podía mantenerse ninguna conversación.
Empezaba
yo a decir algo, pero entre la primera y la segunda palabras de mi oración se
me ocurría tal cantidad de ideas y tantas se sucedían una a otra, que las dos
palabras guardaban entre sí una enorme distancia y hacían imposible encontrar
cualquier relación entre ellas.
Y
a la tercera palabra generalmente me olvidaba de lo que antes había dicho y,
tratando de recordarlo, encontraba millones de nuevas ideas, pero olvidaba completamente
dónde había yo principiado.
Recuerdo
por ejemplo el principio de una frase:
“Yo
dije ayer...”
No
acababa yo de pronunciar la palabra “yo” cuando un número de ideas empezó a dar
vueltas en mi cabeza acerca del significado de la palabra, en un sentido
filosófico, en un sentido psicológico, y en todos los demás sentidos.
Todo
esto era tan importante, tan nuevo y profundo, que cuando pronuncié la palabra
“dije”, no pude entender lo más mínimo qué es lo que entendía por ella.
Desligándome
con dificultad del primer círculo de pensamientos acerca de “yo”, pasé a la
idea “dije”, e inmediatamente encontré en ella un contenido inmenso.
La
idea de lenguaje, la posibilidad de expresar pensamientos en palabras, el
tiempo pretérito del verbo, cada una de estas ideas produjo una explosión de
pensamientos, de conjeturas, de comparaciones y asociaciones.
De
modo que cuando pronuncié la palabra “ayer” era ya absolutamente incapaz de
comprender por qué la había yo dicho.
Pero
ella a su vez me llevó inmediatamente a las profundidades de los problemas del
tiempo, del pasado, del presente y del futuro, y se empezaron a descubrir ante
mi tales posibilidades de acercarme a estos problemas que perdí el aliento.
Fueron
precisamente estos intentos de conversación, hechos en estos extraños estados
de conciencia, los que me dieron la sensación de cambio en el tiempo que es
descrito por casi todos los que han hecho experimentos como el mío.
Este
es un sentimiento de la extraordinaria prolongación del tiempo, en el que los
segundos parecen ser años o décadas.
A
pesar de todo, el sentimiento usual del tiempo no desapareció; sólo que junto a
él o dentro de él apareció por así decirlo otro sentimiento de tiempo, y dos
momentos del tiempo ordinario, como dos palabras de mi oración, podían estar
separados por largos periodos de otro tiempo.
Recuerdo
cuánto me sorprendió esta sensación la primera vez que la experimenté.
Mi
compañero estaba diciendo algo.
Entre
cada sonido de su voz, entre cada movimiento de sus labios, pasaron largos
períodos.
Cuando
había terminado de decir una corta frase, cuyo significado no pude comprender
absolutamente, sentí que había yo vivido tanto durante ese tiempo que nunca
más podríamos entendernos, que yo me había alejado demasiado de él.
Me
pareció que todavía podíamos hablarnos y hasta cierto grado entendernos al
principio de esta frase, pero al final parecía completamente imposible, porque
no había modo de comunicarle todo lo que yo había vivido mientras tanto.
Los
intentos de escribir tampoco dieron ningún resultado, excepto en dos o tres
ocasiones, en que cortas formulaciones de mis pensamientos, escritas durante
el experimento, hicieron posible después que como prendiera yo y descifrara
algo de una serie de recuerdos confusos e indefinidos.
Pero
generalmente todo terminaba con la primera palabra.
Muy
raras veces fui más allá.
Algunas
veces lograba escribir una frase, pero generalmente cuando iba yo terminando no
recordaba y no comprendía lo que quería ella decir o por qué la había yo
escrito, y después tampoco podía recordar esto.
Trataré
de describir sucesivamente cómo se realizaban mis experimentos.
Omito
el fenómeno fisiológico que precedía al cambio de mi estado psíquico.
Mencionaré
sólo que la pulsación ora aumentaba, alcanzando gran velocidad, ora disminuía.
En
conexión con esto observé varias veces un fenómeno muy interesante.
En
el estado ordinario la disminución o la aceleración intencional de la
respiración produce latidos acelerados del corazón.
Pero
en este caso, completamente sin ninguna intención de mi parte, se establecía
entre la respiración y los latidos del corazón una conexión que ordinariamente
no existe, es decir, acelerando la respiración aceleraba yo los latidos del
corazón, disminuyendo la respiración disminuía los latidos del corazón.
Sentí
que detrás de esta nueva capacidad se encuentran posibilidades muy grandes.
Traté
por lo tanto de no estorbar el trabajo del organismo, sino de dejar que las
cosas siguieran su curso natural.
Dejada
a sí misma, la pulsación se intensificó y fue sentida poco a poco en varias
partes del cuerpo como si ganara cada vez más terreno, y al mismo tiempo llegó
a balancearse hasta que finalmente empezó a ser sentida en todo el cuerpo
simultáneamente y después de ello continuó como un latido.
Esta
pulsación sincronizada siguió aumentando de velocidad, y de repente se sintió
una conmoción en todo el cuerpo como si hubiera saltado un resorte, y al mismo
tiempo algo se abrió en mí.
Todo
cambió súbitamente, empezó algo extraño, nuevo, completamente diferente a lo
que ocurre en la vida.
A
esto llamé al primer umbral.
Había
en este nuevo estado mucho que era incomprensible e inesperado, especialmente
en el sentido de una confusión todavía mayor entre lo objetivo y lo subjetivo;
y había también otros fenómenos nuevos de los cuales hablaré ahora.
Pero
este estado no era, empero, completo.
Debería
ser llamado con más propiedad el estado transicional.
En
muchos casos mis experimentos no me llevaron más allá de este estado.
Algunas
veces, sin embargo, este estado aumentaba en profundidad y en amplitud como si
me fuera sumergiendo poco a poco en la luz.
Después
de esto llegó todavía el momento de otra transición, también una especie de conmoción
en todo el cuerpo.
Y
sólo después de esto empezó el estado más interesante que pude lograr en mis
experimentos.
El
“estado de transición” contenía casi todos los elementos de este estado, pero
al mismo tiempo carecía de algo de lo más importante y esencial.
El
“estado transicional” no se diferenciaba mucho en esencia de los sueños,
especialmente de los sueños en el “estado de semi-sueño”, aun cuando tenía sus
propias formas muy características.
Y
el “estado transicional” podría haberme engañado por una cierta sensación de lo
milagroso conectada con él, si no hubiera yo sido capaz de adoptar una actitud
suficientemente crítica hacia él, basada principalmente en mis primeros
experimentos en el estudio sobre los sueños.
En
el “estado transicional”, que, según pude convencerme muy pronto, era
enteramente subjetivo, generalmente empezaba yo casi inmediatamente a oír
“voces”.
Estas
“voces” eran una cualidad característica del “estado transicional”.
Las
voces me hablaban y a menudo decían cosas muy extrañas que parecían tener
cierto cariz de truco en ellas.
Algunas
veces en los primeros momentos me sentía conmovido por lo que oía yo en esta
forma, especialmente cuando respondían a ciertas anticipaciones vagas y sin
forma definida que yo tenía.
Algunas
veces oía yo música que evocaba en mí muchas emociones diferentes y poderosas.
Pero
con bastante extrañeza sentí desde el primer día desconfianza por estos
estados.
Comprendían
demasiadas promesas, demasiadas cosas que yo quería tener.
Las
voces hablaban de todas las cosas posibles.
Me
advertían.
Me
probaban y me explicaban todas las cosas del mundo, pero sin embargo lo hacían
demasiado simplemente.
Empecé
a preguntarme a mí mismo si no habría inventado yo mismo todo lo que ellas
decían, si no seria mi sola imaginación, esa imaginación inconsciente que da
origen a nuestros sueños, en los que podemos ver a muchas personas, hablar con
ellas, oír sus voces, recibir su consejo, etc.
Después
de pensar en esta forma tenia yo que decirme a mí mismo que las voces no me
hablaban de nada que yo no pudiera haber pensado.
Al
mismo tiempo lo que aparecía en esta forma era con frecuencia muy semejante a
las “comunicaciones” recibidas en las sesiones mediumnísticas, o por medio de
la escritura automática.
Las
voces se daban a si mismas con frecuencia diferentes nombres, me decían muchas
cosas halagadoras y trataban de dar respuesta a toda clase de preguntas.
En
algunas ocasiones yo mantenía extensas conversaciones con estas voces.
Una
vez hice una pregunta en relación con la Alquimia.
No
puedo recordar ahora la pregunta exacta, pero creo que fue algo acerca de las
diferentes denominaciones de los cuatro elementos: fuego, agua, aire y tierra,
o acerca de la relación de los cuatro elementos entre sí.
Puse
la pregunta en conexión con lo que yo leía por aquel entonces.
Como
respuesta a esta pregunta una voz que se llamó a sí misma con un nombre muy
conocido, me dijo que la respuesta a mi pregunta podía encontrarse en cierto
libro.
Cuando
dije que no tenía yo este libro, la voz me dijo que lo podría encontrar en la
Biblioteca Pública (esto sucedió en San Petersburgo) y me aconsejó leer el
libro con mucho cuidado.
Pregunté
en la Biblioteca Pública, pero el libro (publicado en inglés) no se encontraba
ahí.
Solo
había una traducción alemana de él en veinte partes, de las cuales faltaban las
tres primeras.
Pero
muy pronto pude conseguir en algún otro sitio el libro en inglés y en realidad
encontré ciertos hechos muy íntimamente conectados con mi pregunta, aun cuando
no daban una respuesta completa a ella.
Esta
circunstancia, y algunas otras parecidas, me mostraron que en estos estados
transicionales pasé por las mismas experiencias por las que pasan los médiums,
los clarividentes y demás personas de esta clase.
Una
voz me dijo algo muy interesante acerca del Templo de Salomón en Jerusalem,
algo que yo creía no saber antes, o que de haberlo leído en alguna parte, había
olvidado completamente.
Entre
otras cosas, al describir el templo, la voz dijo que había enjambres de moscas ahí.
Lógicamente
esto era muy comprensible y aún inevitable.
En
un templo en el que se hicieron sacrificios, en que se mataban animales y en
que naturalmente había sangre y toda clase de inmundicias, debería indudablemente
haber habido muchas moscas.
A
la vez esto parecía nuevo y, hasta donde puedo recordar, nunca había leído
acerca de las moscas en conexión con los templos antiguos.
Pero
no hacia mucho tiempo que había yo estado en el Oriente y vi las cantidades de
moscas que puede haber ahí en las condiciones ordinarias.
Estas
descripciones del Templo de Salomón, y particularmente las “moscas”, me
brindaron una explicación completa de muchas cosas extrañas con las que me
había encontrado en mis lecturas y que no podía yo llamar ni falsificaciones
deliberadas ni verdadera clarividencia.
De
modo que la “clarividencia” de Leadbeater y del Dr. Steiner, todo lo referente
a las “relaciones akásicas”, las descripciones de lo que sucedió hace decenas
de miles de años en la mítica Atlantis o en otros países prehistóricos, eran
indudablemente de la misma naturaleza que las moscas en el Templo de Salomón.
La
única diferencia era que yo no creía en mis experiencias, en tanto que las
“relaciones akásicas” eran consideradas y son consideradas como reales tanto
por sus autores como por los que leen acerca de ellas.
Muy
pronto se me hizo claro que ni en éstas ni en las otras experiencias había
nada de real.
Todo
era un reflejo, todo provenía de la memoria, de la imaginación.
Las
voces se callaron inmediatamente cuando pasé a algo familiar y concreto que
podía ser demostrado.
Esto
me explicó por qué es que los autores que describen Atlantis son incapaces con
el auxilio de su “clarividencia” de resolver cualquier problema práctico que se
refiera al presente y que siempre puede encontrarse fácilmente, pero que por
alguna razón ellos evitan tocar.
¿Por
qué saben ellos todo lo que sucedió hace treinta mil años y no saben lo que
está sucediendo en el momento de sus experimentos pero en otro lugar?
Durante
todos estos experimentos me di cuenta de que si creía en estas voces llegaría a
un límite y no podría seguir adelante.
Esto
me atemorizó.
Me
di cuenta de que todo era un auto-engaño; de que por muy atractivo que fuera
todo lo que las voces decían y prometían, esto no conduciría a ninguna parte,
sino que me dejaría exactamente donde estaba.
Comprendí
que era precisamente esto lo que constituía la “seducción”, es decir, que todo
provenía de la imaginación.
Decidí
luchar con estos estados transicionales, adoptando hacia ellos una actitud muy
crítica y rechazando como poco digno de tomarse en cuenta todo lo que yo pudiera haberme imaginado.
Esto
empezó inmediatamente a dar resultados.
Tan
pronto como empecé a rechazar todo lo que oía, convenciéndome de que era el mismo “material de que están
hechos los sueños”, y descartándolo decididamente por algún tiempo, rehusando a
escuchar todo o a poner atención en todo, mi estado y mis experiencias cambiaron.
Pasé
al segundo umbral, del que ya he hecho mención, más allá del cual empezaba un mundo nuevo.
Las
“voces” desaparecieron; en su lugar se escuchaba algunas veces una voz, que
siempre podía ser reconocida no importaba las formas que tomara.
Al
mismo tiempo este nuevo estado se diferenciaba del estado transicional por su
extraordinaria lucidez de conciencia.
Me
encontré entonces en el mundo de las relaciones matemáticas, en el que no había
nada que se pareciera a lo que sucede en la vida.
También
en este estado, después de pasar el primer umbral y encontrándome en el “mundo
de las relaciones matemáticas”, obtuve contestaciones a todas mis preguntas,
pero las contestaciones a menudo tomaban formas muy extrañas.
Para
poder comprenderlas debe tomarse en “cuenta que el mundo de las relaciones
matemáticas en el que me encontraba no permanecía inmóvil; esto es, no había
nada en él qué permaneciera como había estado en el momento anterior.
Todo
cambiaba, se transformaba, variaba, se convertía en otra cosa.
Algunas
veces veía yo desaparecer repentinamente todas las relaciones matemáticas una
tras otra en el infinito.
El
infinito absorbía todo, llenaba todo; todas las distinciones se borraban.
Y
sentía que en un momento más desaparecería yo en el infinito.
Me
sentía asaltado por el terror ante la inminencia de este cataclismo.
Algunas
veces este terror me hacía saltar, moverme, para poder ahuyentar la pesadilla
que me había atrapado.
Entonces
sentía yo que alguien se reía de mí; a veces me parecía oír la risa.
De
repente descubría que era yo el que me reía de mí mismo, que había yo caído
nuevamente en la trampa de la “seducción”, esto es, que había seguido un mal
camino.
El
infinito me atraía y al mismo tiempo me atemorizaba y me repelía.
Y
llegué a comprenderlo como completamente diferente.
El
infinito no era la infinita continuación en una dirección, sino la infinita
variación en un punto.
Comprendí
que el terror al infinito resulta de un erróneo modo de acercarse a él, de una
errónea actitud hacia él.
Comprendí
que con un modo adecuado de acercarse a él, el infinito es precisamente el que
explica todo, y que nada puede explicarse sin él.
Al
mismo tiempo sentí que en el infinito había una verdadera amenaza y un
verdadero peligro.
Describir
sucesivamente el curso de mis experiencias, el curso de las ideas que me
llegaban y el curso de los fugaces pensamientos, es algo completamente
imposible, especialmente porque ningún experimento era nunca igual a otro.
Cada
vez aprendía yo algo nuevo sobre una misma cosa, en tal forma, que cambiaba
fundamentalmente todo lo que había yo aprendido sobre ella antes.
Un
rasgo característico del mundo en el que yo me encontraba era, como he dicho
ya, su estructura matemática y la completa ausencia de todo lo que pudiera
expresarse en el lenguaje de los conceptos ordinarios.
Para
usar la terminología teosófica estaba yo en el mundo mental “Arupa”, pero la peculiaridad de mis observaciones
era que sólo este mundo “Arupa” existía.
Todo
lo demás era sólo obra de la imaginación.
El
mundo real era un “mundo sin formas”.
Es
un hecho interesante que en mi primer experimento me encontré inmediatamente o
casi inmediatamente en este mundo, escapando al “mundo de las ilusiones”.
Pero
en subsecuentes experimentos las “voces” parecían tratar de detenerme en el
mundo imaginario, y podía yo salir de él sólo cuando luchaba con decisión y
resueltamente con las ilusiones que ellas hacían surgir.
Todo
esto me recordaba poderosamente algo que había yo leído antes.
Me
parecía que, en la literatura existente, en las descripciones de los
experimentos mágicos o en las descripciones de iniciaciones y de pruebas
preliminares, había algo semejante a lo que yo había experimentado y sentido,
pero por supuesto esto no se refiere a las modernas “sesiones” ni tampoco a las
tentativas de magia ceremonial, que es una completa inmersión en el mundo de
las ilusiones.
Un
fenómeno interesante en mis experimentos era la conciencia de peligro que me
amenazaba desde el infinito y las constantes advertencias que venían de alguien, como si hubiera alguien que me estuviera vigilando
todo el tiempo y que constantemente tratara de persuadirme de no proseguir en
mis experimentos, de no tratar de seguir adelante en este camino, que era
erróneo e ilegal desde el punto de vista de ciertos principios que en ese
entonces yo sentía y comprendía sólo débilmente.
Las
que he llamado “relaciones matemáticas” cambiaban continuamente alrededor de
mi y dentro de mi, algunas veces la forma de sonidos, de música, otras veces la
forma de un dibujo, otras la forma de luz llenando el espacio entero, de una
clase de vibración visible de rayos de luz, cruzándose entre sí,
entrelazándose, llenando todo.
En
relación con esto había un inconfundible sentimiento de que por estos sonidos,
por este dibujo, por esta luz, yo aprendía algo que no sabia antes.
Pero
comunicar lo que yo aprendía, decirlo o escribirlo era muy difícil.
La
dificultad de explicar aumentaba por el hecho de que las palabras no expresan bien, y en realidad no
pueden expresar, la esencia del intenso estado emocional en el que me
encontraba durante estos experimentos.
Este
estado emocional era quizá la más vivida característica de las experiencias que
estoy describiendo.
Sin
él no habría habido nada.
Todo
llegaba a través de él, esto es, todo era comprendido gracias a él.
Para
poder comprender mis experiencias debe tomarse en cuenta que de ningún modo era
yo indiferente a los sonidos y a la luz mencionada antes.
Me
adentraba yo en todo por medio del sentimiento, y experimentaba emociones que
no existen nunca en la vida.
El
nuevo conocimiento que me llegaba, llegaba cuando estaba yo en un estado
emocional extraordinariamente intenso.
Mi
actitud hacia este nuevo conocimiento no era de ningún modo de indiferencia; o
bien me atraía con vehemencia o me sentía horrorizado por él, luchaba contra él
o me quedaba sorprendido ante su presencia; y eran precisamente estas
emociones, juntamente con otras mil, las que me daban la posibilidad de
comprender la naturaleza del nuevo mundo ante el cual me encontraba.
El
número “tres” jugaba un papel
muy importante en el mundo en que me hube de encontrar.
En
una forma completamente incomprensible para nuestras matemáticas entraba en
todas las relaciones de magnitudes, las creaba y era producto de ellas.
Todo
tomado en conjunto, es decir, el universo entero, aparecía a veces en la forma
de una “triada”, formando un todo, y adquiriendo el aspecto de un gran trébol.
Cada
una de las partes de la “triada”, por un proceso interno, se transformaba otra
vez en una “triada”, y este proceso continuaba hasta que toda se llenaba con
“triadas”, que se convertían en música, en luz o en dibujos.
Una
vez más debo decir que todas estas descripciones expresan muy débilmente lo que
sucedía, ya que no brindan el elemento emocional de gozo, azoro, arrobamiento,
horror, todos transformándose continuamente uno en el otro.
Como
he dicho ya, los experimentos se llevaban a cabo con los mejores resultados
cuando estaba yo solo y acostado.
Algunas
veces, sin embargo, traté de realizarlos mientras estaba entre la gente o
caminando en las calles.
Estos
experimentos generalmente fracasaban.
Algo
empezaba, pero terminaba casi inmediatamente, conduciendo a un pesado estado
físico.
Pero
en ocasiones me transportaba yo a un mundo diferente.
En
estos casos el mundo ordinario entero se transformaba de un modo muy sutil y
extraño.
Todo
cambiaba, pero es absolutamente imposible describir qué era lo que sucedía.
Lo
primero que puede decirse es que no había nada que permaneciera indiferente.
Todo
tomado en conjunto y cada cosa separadamente me afectaba de uno o de otro modo.
En
otras palabras, yo recibía todo emocionalmente, reaccionaba a todo
emocionalmente.
Aun
más, en este nuevo mundo que me rodeaba, no había nada separado, nada que no
tuviera conexión con otras cosas o conmigo personalmente.
Todas
las cosas estaban unidas entre si, y no accidentalmente, sino por
incomprensibles cadenas de causas y efectos.
Todas
las cosas guardaban una cierta dependencia una con otra, todas vivían la una en
la otra.
Además,
en este mundo no había nada muerto, nada inanimado, nada que no pensara, nada
que no sintiera, nada inconsciente.
Todo
vivía, todo era consciente de sí mismo.
Todo
me hablaba y yo podía hablar a todo.
Especialmente
interesantes eran las casas y otros edificios por los que yo pasaba,
principalmente las casas viejas.
Todas
ellas eran seres vivientes, llenos de pensamientos, sentimientos, estados de
ánimo y recuerdos.
La
gente que vivía en ellas era sus pensamientos,
sentimientos, estados de ánimo.
Con
esto quiero decir que la gente en relación con las casas jugaba aproximadamente
el mismo papel que los diferentes “yos” de nuestra personalidad juegan en
relación con nosotros.
Estos
llegan y se van, a veces viven dentro de nosotros por mucho tiempo, otras se
presentan sólo por breves momentos.
Recuerdo
haber visto con asombro una vez la cabeza, la cara de un caballo de tiro en el
Nevsky.
Me
dio la expresión total del ser de un caballo.
Mirando
la cara del caballo comprendí todo lo que podía comprenderse acerca de la
naturaleza de un caballo.
Todas
las características de la naturaleza de un caballo, todo aquello de lo que es
capaz un caballo, todo aquello de lo que es incapaz, todo lo que puede hacer,
todo lo que no puede hacer; todo esto era expresado en los rasgos y líneas de
la cara del caballo.
Una
vez un perro me dio una sensación semejante.
Al
mismo tiempo el caballo y el perro no eran simplemente un perro y un caballo;
eran “átomos”, “átomos” conscientes y móviles de grandes organismos, “el gran
caballo” y “el gran perro”.
Comprendí
entonces que también nosotros somos átomos de un gran organismo, “el gran
hombre”.
Toda
cosa es un átomo de una “gran cosa”.
Un
vaso es un átomo de un “gran vaso”.
Un
tenedor es un átomo de un “gran tenedor”.
Esta
idea y otros diferentes pensamientos que quedaron en mi memoria de mis
experiencias entraron a formar parte de mi libro Tertium Organum, que de hecho fue escrito durante estos
experimentos.
De
modo que la formulación de las leyes del mundo neumónico y muchas otras ideas
acerca de las dimensiones superiores tuvieron su origen en lo que yo aprendí en
el curso de estos experimentos.
Algunas
veces sentí durante estos experimentos que comprendía muchas cosas con gran
claridad, y sentí que si yo pudiera conservar en alguna forma lo que comprendía
en este momento, sabría pasar a este estado en cualquier momento que yo
quisiera; sabría cómo detener este estado y cómo hacer uso de él.
La
cuestión de cómo detener este estado surgía continuamente y yo me la planteaba
muchas veces cuando me encontraba en el estado en el que podía recibir
respuestas a mis preguntas; pero no pude conseguir nunca una respuesta directa
a ello, esto es, la respuesta que yo quería.
Generalmente
la respuesta principiaba desde un punto muy lejano y, ampliándose poco a poco,
abarcaba todo, de manera que al final de cuentas las respuestas se referían a
todas las preguntas posibles.
Naturalmente,
por esa razón no podía yo retenerlas en la memoria. Recuerdo que en una
ocasión, en un nuevo estado de especial vehemencia y lucidez de expresión, es
decir, cuando comprendí con toda claridad todo lo que yo deseaba comprender,
decidí encontrar una fórmula, una clave, que pudiera yo, por así decirlo,
conservar para el día siguiente.
Decidí
resumir en breve todo lo que entendí en este momento y poner por escrito, de
ser posible en una frase, lo que era necesario hacer para transportarme al mismo
estado inmediatamente, por un giro del pensamiento y sin ninguna preparación
preliminar, ya que esto me parecía posible de realizarse siempre.
Encontré
esta fórmula y la escribí con un lápiz en un pedazo de papel.
Al
día siguiente leí la frase.
“Piensa
en otras categorías”.
Estas
fueron las palabras, pero ¿cuál era su significado?
¿Dónde
estaba todo lo que yo había asedado con estas palabras cuando las escribí?
Todo
había desaparecido, todo se había desvanecido como un sueño.
Ciertamente
que la frase “piensa en otras categorías” tenía un significado; sólo que yo no
podía acordarme de él, no podía alcanzarlo.
Posteriormente
con esta frase sucedió exactamente lo mismo que había sucedido con muchas otras
palabras y fragmentos de ideas que habían permanecido en mi memoria después de
mis experiencias.
Al
principio estas frases parecían estar completamente vacías.
Incluso
me reía de ellas, encontrando en su existencia una prueba completa de la
imposibilidad de transportar algo de allá hacia acá.
Pero
poco a poco algo empezó a revivir en mi memoria, y en el curso de dos o tres
semanas recordé más y más de lo que se relacionaba con estas palabras.
Y
aun cuando todo ello todavía permanecía muy vagamente, como si se mirara a gran
distancia, empecé a ver un
significado, es decir, un significado especial, en palabras que al
principio parecían simples designaciones abstractas de algo carente de
cualquier significación práctica.
El
mismo proceso se repitió casi siempre.
Un
día después del experimento recordaba yo muy poco.
Algunas
veces, hacia la noche, vagos recuerdos empezaban a volver.
Al
día siguiente podía recordar más; durante las siguientes dos o tres semanas
podía recordar detalles aislados de estas experiencias, aun cuando siempre me
daba perfecta cuenta de que en general sólo recordaba una parte infinitesimal.
Cuando
traté de hacer experimentos con mayor frecuencia que cada dos o tres semanas,
eché a perder los resultados, es decir, todo se volvía una confusión, no podía
acordarme de nada.
Pero
proseguiré la descripción de los experimentos realizados con éxito.
Muchas
veces, quizá siempre, tenia yo el sentimiento de que cuando pasaba yo el
segundo umbral me ponía en contacto conmigo
mismo, con lo que era mío y que estaba siempre dentro de mi, que siempre
me veía y siempre me decía algo que no podía siquiera oír en los estados ordinarios de
conciencia.
¿Por
qué no puedo comprender?
Yo
contestaba: simplemente porque en el estado ordinario miles de voces se oyen al
mismo tiempo dando origen a lo que llamamos nuestra “conciencia”, nuestros
pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros estados de ánimo, nuestra
imaginación.
Estas
voces ahogan la voz interna.
Mis
experimentos no agregaron nada a la “conciencia” ordinaria; la redujeron, aun cuando al reducirla
aumentaron su intensidad en un grado incomprensible.
¿Qué
fue lo que hicieron entonces?
Obligaron
a estas voces de la conciencia ordinaria a guardar silencio, las apagaron o las
hicieron no audibles.
Luego
empecé a oír la otra voz, que llegaba como de arriba, de un cierto punto sobre mi cabeza.
Comprendí
entonces que todo el problema y todo el objeto consistía en oír a esta voz constantemente, en estar en
constante comunicación con ella.
El
ser al que esta voz pertenecía sabia todo, comprendía todo, y sobre todo estaba
libre de miles de pequeños y desorientadores pensamientos y estados “personales”
de ánimo.
Podía
tomar todo con calma, podía considerar todo objetivamente, tal como era en
realidad.
Y
al mismo tiempo todo esto era yo.
Por
qué razón esto podía ser así y por qué en el estado ordinario yo estaba tan
lejos de mí mismo, si yo era esto, era algo que no podía explicar.
Algunas
veces durante los experimentos llamaba a mi ordinario yo “yo” y al otro “él”.
Algunas
veces, por el contrario, llamaba al ordinario yo “él” y al otro “yo”.
Pero
volveré más tarde el problema del “yo” en general y al estudio del “yo” en el
nuevo estado de conciencia, porque todo esto era mucho más complicado que el
mero desplazamiento de un “yo” por el otro.
Por
el momento quiero tratar de describir, hasta donde ha podido conservarlo mi
memoria, cómo este “él” o este “yo” miraba a las cosas como distintas de como
las miraba el “yo” ordinario.
Ouspensky
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