NUESTRA RELACIÓN CON
EL TIEMPO
El tiempo
gradualmente llega como si surgiese de la
nada, y desaparece en la nada.
Para nosotros, cada
cosa está en el tiempo y sólo una sección de la cosa está en el espacio.
Transfiriendo nuestra
consciencia de la sección de una cosa a las partes de ella que están en el
tiempo, tenemos la ilusión del movimiento de la cosa misma.
Esto lo podemos
expresar así: la sensación de movimiento es la consciencia de la transición del
espacio al tiempo, o sea, de un claro sentido del espacio a uno oscurecido.
Y, sobre esta base,
podemos llegar a un reconocimiento real del hecho de que percibimos como
sensaciones y proyectamos en el mundo externo como fenómenos los ángulos y
curvas inmóviles de la cuarta dimensión.
¿Es necesario o
posible suponer, sobre esta base, que en el mundo no puede existir movimiento
de género alguno, que el mundo es estático y constante, y que nos parece que se
mueve y evoluciona simplemente porque lo miramos a través de la estrecha ranura
de nuestra percepción sensorial?
Una vez más volvemos
a esta pregunta: ¿Qué es el mundo y qué es la consciencia?
Pero ahora la
cuestión de la relación de nuestra consciencia con el mundo empezó a acercarse
a una formulación clara.
Si el mundo es un
Gran Algo, que posee consciencia de sí, entonces nosotros somos los rayos de
esta consciencia, conscientes de nosotros mismos pero inconscientes de la
totalidad.
Si no hay movimiento,
si nada hay que no sea ilusión, entonces debemos buscar más allá, en procura del
origen de esta ilusión.
Los fenómenos de la
vida, los fenómenos biológicos, son muy parecidos al paso, a través de nuestro
espacio, de algunos círculos tetradimensionales de gran complejidad, que
consiste cada uno en una masa de líneas entretejidas.
Ouspensky
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