miércoles, 11 de febrero de 2015

LA IDEA DEL YO

LA IDEA DEL YO

¿El lugar más importante lo ocupaba la idea del yo?

Un lugar muy considerable, quizá el lugar más importante en todo lo que había yo aprendido, lo ocupaba la idea del “yo”.

Esto es, el sen­timiento o sensación del “yo” cambió en alguna forma extraña dentro de mí.

Es muy difícil expresar esto en palabras.

Ordinariamente no comprendemos suficientemente que en diferentes momentos de nuestra vida sentimos a nuestro “yo” de un modo distinto.

En este caso, como en muchos otros, fui auxiliado por mis anteriores experimentos y observa­ciones sobre los sueños.

Sabía que en el sueño el “yo” es sentido diferentemente, no como en el estado de vigilia; tan diferentemente como en este caso, pero en una forma completamente distinta, el “yo” era sentido en estas experiencias.

La aproximación más cercana posible sería si dijéramos que todo lo que es ordinariamente sentido como “yo” se hizo “no yo”, y que todo lo que es sentido como “no yo” se hizo “yo”.

Pero esto está lejos de constituir una descripción exacta de lo que yo sentí y aprendí.

Creo que una descripción exacta es imposible.

Es necesario sólo hacer notar que la nueva sensación del “yo” durante los primeros expe­rimentos, hasta donde puedo recordar, era una sensación horrible.

Sentía yo que desaparecía, que me desvanecía, que me convertía en la nada.

Este era el mismo terror al infinito del que he hablado ya, pero era inverso: en un caso era el Todo el que me tragaba, en el otro era la Nada.

Pero no había ninguna diferencia en esto, porque el Todo equivalía a la Nada.

Pero es asombroso que posteriormente, en subsecuentes experimentos, la misma sensación de desaparición del “yo”, empezó a producir en mi un sentimiento de extraordinaria calma y confianza, no equivalente a nada en nuestras sensaciones ordinarias.

Me pareció comprender entonces que todas las dificultades, los cuidados y las ambiciones comunes están conectados con la sensación ordinaria del “yo”, que resultan de ella, y, al mismo tiempo, la originan, la forman y la sostienen.

Por lo tanto, cuando el “yo” desaparecía, desaparecían todas las dificultades, los cuidados y las ambiciones.

Cuando sentía yo que no existía, todo lo demás se convertía en algo muy simple y fácil.

En estos momentos incluso me pareció extraño que pudiéramos aceptar sobre nuestros hombros la te­rrible responsabilidad de llevar el “yo” hacia todo y de partir del “yo” para todo.

En la idea del “yo”, en la sensación del “yo”, tal como la tenemos ordinariamente, había algo casi anormal, una especie de presunción que llegaba a los límites de la blasfemia, como si cada uno de nosotros se llamara a si mismo Dios.

Sentí entonces que sólo Dios podría llamarse a sí mismo “yo”, que sólo Dios era “yo”.

Pero también nosotros nos llamamos a nosotros “yo” y no vemos ni nos damos cuenta de la ironía de esto.

Como he dicho ya, las extrañas experiencias en relación con mis experimentos empezaron con el cambio en la sensación del “yo”, y es difícil imaginar, que serían posibles en el caso de la retención de la sensación ordinaria del “yo”.

Este cambio constituía su esencia intima, y todo lo que yo sentía y aprendía dependía de él.

Ouspensky










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