miércoles, 11 de febrero de 2015

LAS CAUSAS

LAS CAUSAS

Es evidente que estudiando sus partes podremos explicarnos una silla; pero esto es sólo una manera de pensar acerca de la silla, es sólo una forma de la verdad.

La silla también ha de explicarse por la idea en la mente que la concibió.
                     
Ninguna investigación cuantitativa, ningún análisis químico o microscópico puede captar esta idea ni darnos el significado completo de una silla.

Si nos preguntamos cuál es la causa de la silla ¿cómo podremos responder?

La silla existe ante nuestros ojos como un objeto visible.

Su causa tiene dos aspectos.

En lo visible, la causa de la silla son las partes de ma­dera de que está hecha.

En lo invisible, es una idea que existió en la mente de alguien.

Y tenemos tres términos: idea, silla, madera.

El materialismo científico, subraya el tercer tér­mino.

Subraya las diferentes partes materiales que entran en la composición de cualquier objeto, y en ellas busca la 'causa'.

Y pasa por alto la idea que se encuentra tras de toda materia organizada.

Su atención queda sujeta a aquello que se manifiesta en el tiempo y en el espacio, de tal suerte que no puede menos que buscar el origen causal en las partes constituyentes más pequeñas de cualquier organismo, y también en el tiempo precedente, o sea en el pasado.

El momento del origen de la silla en el tiempo y en el espacio puede tomarse como el momento en que el primer trozo de madera recibe una forma para su construcción.

Visiblemente, la silla empieza con el primer trozo de madera, así como una casa empieza con el primer ladrillo.

Pero antes del principio de la silla, o de la casa, en el tiempo y en el espacio, existió la idea en la mente de alguien.

Antes de que se coloque el primer ladrillo, el arquitecto ya tiene, en la mente, toda la concepción de la casa.

Pero al trasladar esta idea a su visible expresión, la parte más pe­queña de la casa aparece primero en el tiempo que pasa.

El arquitecto piensa primero acerca de la idea como un todo, piensa acerca de la casa como una totalidad, y de aquí parte la sucesión de detalles cada vez más y más pequeños.

Pero al manifestarse en el tiempo, este proceso se revierte.

A fin de poder manifestar su expresión, la fuerza de la idea tiene que pasar primero al detalle más pequeño, o sea que un simple ladrillo es el primer punto de la manifestación de la idea de la casa.

La primera expresión de una idea en el tiempo y en el espacio es un solo constituyente de la materia elemental.

Sin embargo, en la mente del arquitecto la idea es un todo completo, pero lo es de un modo invisible.

La casa terminada expresa la idea en forma visible.

La casa ha creci­do, por así decirlo, como algo intermedio entre el primer término, la idea, y el tercero, la parte de materia elemental.

Cuando como segundo término la casa queda completa, los térmi­nos primero y tercero, mediante los cuales se efectuó la construcción,  desaparecen.

La idea ha hallado su expresión en el tiempo y en el es­pacio y se deja de pensar acerca de los ladrillos, separados como ladrillos, pues devienen un conjunto que es la casa en sí.

Se puede analizar la casa por medio de los ladrillos y la mezcla que la componen, y siempre es posible decir que los ladrillos son los que la causan.

Pero esto es muy poco adecuado, pues toda la estructura de la casa, su forma y la integración de sus partes separadas, tiene su origen fundamental en la idea que el arquitecto tenía en la mente; y esta idea no está ni en el tiempo ni en el espacio.

Quiero decir que no se encuentra en el mundo fenomenal o visible.

Es obvio que los términos primero y tercero, o sea la idea y el ladrillo elemental, son ambos causales, y que hemos de pensar acerca de la causalidad en dos categorías.

Todo lo que el materialismo cientí­fico califica de causal es lo correcto por lo que respecta al lado fenome­nal; pero es fundamentalmente insuficiente.

Por sí misma, una idea no puede ser una causa.

Se precisa tanto del primer como del tercer término, obrando en conjunción.

En un sentido más amplio, puede decirse que existen dos tipos de mente: una que argumenta partiendo del primer término, y la otra que argumenta partiendo del tercero.

Lo que es necesario es la unión de ambos puntos de vista.

La dificultad estriba en que, debido a las leyes del tiempo, aun la idea más completa y acabada debe necesariamente expresarse en una secuencia, en una manifestación visible y, antes que nada, en su forma más elemental.

Posible es que sea necesario pasar por un largo período de alzas y bajas, de aciertos y de errores, antes de que se pueda llevar a cabo debidamente la idea en la manifestación.

Y siempre parecerá —a los sentidos— que el primer material elemental, que no fue sino el punto de partida de la idea en su tránsito a la manifestación visible, es en sí mismo la causa de todo cuanto le sigue.

Parece que así fuera.

Y es debido a esta apariencia que ha nacido la moderna doctrina de la evolución.

Consideremos los elementos plásticos de la materia viva organizada: el mundo de los átomos, del carbono, del hidrógeno, del nitrógeno, del oxígeno, del sulfuro y del fósforo; consideremos esta maravillosa caja de pinturas en la que la valencia es el poder que mezcla, y la de la cual surgen una infinita diversidad de combinaciones y agrupaciones, y una infinita variedad de productos.

Constituyen el tercer término, son los elementos materiales de los que está hecho el mundo y su vida.

El hombre tiene un campo mucho más limitado, mucho más denso, de ma­terial plástico, que puede usar directamente.

Si su idea pudiese obrar directa y fácilmente sobre el mundo atómico, ¿qué transformaciones materiales no podría hacer?

Si mi mente pudiese obrar directamente sobre el mundo atómico de esta mesa de madera sobre la que estoy escribiendo, podría convertirla en innumerables sustancias sin la me­nor dificultad, por el mero hecho de reorganizar las combinaciones de átomos que la componen.

Y si tuviese semejante poder sobre el mundo atómico y conociese la idea de la vida, podría crearla.

Pero la verda­dera causa de semejante magia sería la mente y la idea, y no los elementos materiales en sí.

He dicho que el materialismo subraya la causa en el tercer término.

A través de los ojos del materialismo nos inclinamos a verlo todo como una cantidad y un arreglo de materiales más que como calidad, significado o idea.

El énfasis se da en un solo lado, en el externo, en el lado extendido, en aquel lado o aspecto del universo que nos muestran los sentidos.

Corresponde a una actitud que cada uno debe conocer y reconocer en sí mismo.

El mundo es tal cual lo vemos, y de un modo u otro deriva de sí mismo.

De un modo u otro los átomos que lo comprenden fueron arreglados de cierta manera, y de un modo u otro aparecieron las visibles masas de materia y las criaturas vivientes.

¿Qué es lo que nos arrebata el materialismo?

Nos conduce, natu­ralmente, a una visión muerta de las cosas.

En su forma más extrema asume el punto de vista de que vivimos en un gigantesco universo me­cánico, en medio de una insensata máquina de planetas y de soles y en la cual apareció el hombre accidentalmente, como una motita de vida insignificante y efímera.

Si nos limitamos a subrayar el tercer término, esta idea es bastante cierta.

Significa que si el hombre va a mejorar su vida, tiene únicamente que ocuparse del mundo externo y visible.

Nada habrá que sea 'real' fuera de aquello que pueda al­canzar por medio de los sentidos.

De esta suerte, el hombre debería in­ventar y construir nuevas maquinarias y reunir cuantos hechos le sea posible acerca del mundo visible, y dedicarse a 'conquistar la naturaleza'.

Con este punto de vista el hombre queda volcado hacia fuera.

Este punto de vista le hace ver su campo de acción fuera de sí.

Le hace pensar que el descubrir un hecho nuevo acerca del universo material podrá mitigar su infortunio y su dolor.

Hoy en día la humanidad mues­tra una inclinación extraordinaria a volcarse hacia fuera, mediante el desarrollo científico y la creciente esperanza de que los nuevos descubrimientos y las nuevas invenciones puedan solucionar los problemas del hombre.

La actitud del materialismo científico, que  caracterizó de un modo tan especial la última parte del Siglo XIX, ya ha llegado a las masas.

También ha llegado al Oriente.

La humanidad ve ahora la solución de sus problemas en algo que yace fuera de sí misma.

Y con esta actitud invariablemente va la creencia en la organización en masa de las gentes y la correspondiente pérdida del sentido interno de la propia existencia, la destrucción de las diferencias individuales y la gradual obliteración de la variedad de costumbres y distinciones locales que pertenecen a una vida normal.

El mundo se hace cada vez más pequeño a medida que deviene más uniforme.

Las gentes pierden el poder de cualquier sabiduría separada.

En vez de disfrutar de la propia sabiduría, se imitan los unos a los otros cada vez más.

Y justamente esto es lo que hace posible la organización de las masas.

Junto con esto va la unión del mundo por medio de los veloces transportes y de las comunicaciones por radio, de tal modo que todo el mundo responde anormalmente a un estímulo local único.

Y por encima de todo esto ronda una extraña quimera que parece resplandecer en la imaginación de toda la humanidad actual, la fantástica idea de que la ciencia descubrirá algún secreto, alguna solución que librará a la tierra de su brutalidad y de la injusticia, y que restau­rará la Edad de Oro.

La noción de que podemos descubrir soluciones finales para todas las dificultades de la vida, la noción que la humanidad en masa, como un todo, podrá alcanzar la verdad en alguna fecha fu­tura, es una noción que ignora el hecho de que cada persona que nace en este mundo es un nuevo punto de partida.

Cada persona ha de des­cubrir por sí misma todo lo que ya haya sido descubierto antes.

Cada persona ha de encontrar la verdad por sí misma.

Aparte de esto ¿qué es lo que vemos actualmente, como resultado de la creencia de que el hombre puede organizar su vida tan sólo mediante el conocimiento científico?

Visto por el lado práctico, sólo podemos advertir cómo el hombre queda bajo la potestad de sus propias invenciones.

Vemos que la mo­derna maquinaria no guarda ninguna proporción con la vida humana.

Seguramente que para todos es evidente el hecho de que el desarrollo de la maquinaria no es el desarrollo del hombre, y que es igualmente obvio que la máquina lo está esclavizando y que, grado a grado, lo aleja de las posibilidades de una vida y de un esfuerzo normales, y del nor­mal uso de sus funciones.

Si se utilizase la máquina en una escala proporcional a las necesidades del hombre, seria en realidad una bendición.

Si las gentes tan sólo pudiesen comprender que el más reciente de los descubrimientos no es necesariamente lo mejor para la humanidad, si tan sólo tomasen el concepto de progreso con escepticismo, podrían in­sistir en que se produzca un mejor equilibrio.

Lo que no alcanzamos a captar en nuestro entendimiento es que la presión de la vida exterior no disminuye en virtud de los nuevos descubrimientos.

Únicamente complica nuestras vidas más y más. No sólo vivimos de pan, sino del Verbo.

Lo que necesitamos no es únicamente nuevos hechos y mayores comodidades, sino ideas y estímulos de los nuevos significados.

El hom­bre es su comprensión, es aquello que comprende; el hombre no es la posesión que tiene de los hechos ni el cúmulo de invenciones y de comodidades.

Únicamente a través de su propia comprensión, de una comprensión que haya obtenido mediante su propio y duro esfuerzo, podrá sobrellevar la presión de las cosas externas.

Sin embargo, es evi­dente que nada puede detener el impulso general de los acontecimientos actuales.

En la civilización occidental no hay ninguna fuerza discernible que sea lo suficientemente poderosa para sobreponerse a este im­pulso, y el mundo moderno tiene aún que aprender a entender que el punto de vista del naturalismo es, a la larga, el peor enemigo del hom­bre.

Parece suficientemente lógico subrayar tan sólo EL TERCER TÉRMINO, el visible y tangible.

Pero el hombre es algo más que una máquina lógica.

Nadie puede entenderse a sí mismo ni comprender a los demás únicamente por medio del ejercicio de la lógica.

En verdad poco es lo que podemos comprender por medio de la lógica.

Pero la tiranía de esta facultad puede convertirse en algo tan poderoso y grande que puede llegar a destruir mucho de lo emocional e instintivo en el hom­bre.

Contrastando con el naturalismo, existe el antiguo punto de vista que sitúa al hombre en un universo creado, en un universo que es parcialmente visible y parcialmente invisible, que por una parte está en el tiempo y, por otra, fuera del tiempo.

Tal cual lo vemos, el universo es sólo un aspecto de la realidad total.

Como criatura de los sentidos, el hombre únicamente sabe de apariencias y estudia apariencias.

El uni­verso no es tan sólo una experiencia sensorial, sino que es también una experiencia interna.

O sea que así como hay una verdad externa, también la hay interna.

El universo es tanto visible como invisible.

En el aspecto visible —EL TERCER TÉRMINO— se encuentra el mundo de los hechos.

En el invisible —el primer término— se encuentra el mundo de la idea.

El hombre se encuentra entre los aspectos visible e invisible del universo; está relacionado con uno por medio de los sentidos, y con el otro por medio de su naturaleza interior.

Al llegar a cierto punto, el as­pecto externo y visible del universo queda abandonado, por así decirlo, y pasa a la experiencia interior del hombre.

Dicho de otro modo, el hombre es una cierta relación o cierta proporción entre lo visible y lo invisible.

Debido a esto es que el sentido externo de la vida no le basta y las mejoras externas para su existencia jamás le dejarán satisfecho.

El hombre tiene necesidades internas.

Su vida emocional no se satisface mediante las cosas externas.

Su organización no puede explicarse únicamente en términos de adaptación a la vida externa.

Necesita ideas que le den algún significado a su existencia.

Hay en el hombre algo que pue­de crecer y desarrollarse, hay un estado por venir de sí mismo, y esto no se encuentra en ningún 'mañana', sino que está por encima de él.

Existe cierto conocimiento que lo puede cambiar, un conocimiento de una realidad muy distinta a aquel que únicamente trata de los hechos relativos al mundo fenomenal, un conocimiento que cambia su actitud y su comprensión, que puede obrar sobre él internamente y producir una armonía entre los elementos discordantes de su naturaleza.

En muchas de las filosofías antiguas se dice que esta es la principal tarea del hombre, su verdadera tarea.

Por medio del conocimiento in­terior es que el hombre encuentra la verdadera solución a todas sus di­ficultades.

Es preciso entender que la dirección de este crecimiento no es hacia fuera, hacia los negocios, la ciencia o la actividad externa, sino hacia dentro, en la dirección del conocimiento de si mismo; y es a través de esto que se produce un cambio en el ser consciente.

En tanto el hombre esté vuelto tan sólo hacia fuera, en tanto sus creencias lo vuel­quen hacia los sentidos como único criterio de lo 'real', en tanto crea tan sólo en apariencias, no podrá cambiar en sí mismo.

No podrá crecer en su sentido interno.

A través del punto de vista naturalista se priva a si mismo de todas las posibilidades de un cambio interior.

Tiene que relacionarse con EL 'MUNDO DE LA IDEA' antes de po­der comenzar a crecer.

Tiene que poder sentir que en el universo hay algo más que lo que es aparente a los sentidos.

Tiene que sentir que hay otros significados posibles, otras interpretaciones, pues únicamente de esta manera podrá su mente 'abrirse'.

Tiene que haberle llegado el sentimiento y la sensación de que hay algo más.

Tiene que haberse preguntado '¿qué soy?', y qué puede significar la vida y qué sentido tiene su propia existencia.

Tiene que haberse producido cierta clase de interrogantes en su alma.

¿El significado de la existencia es algo más de lo que aparenta ser?

¿Vivo en medio de algo más grande que lo que re­velan mis sentidos?

¿Son todos mis problemas únicamente externos?

¿Es el conocimiento del mundo exterior el único conocimiento posible?

  Maurice Nicoll                                 






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