MÉTODOS POSITIVISTAS
No logramos advertir
que los métodos “positivistas” conducen a absurdos
Estamos demasiado
acostumbrados a los métodos "positivistas" y no logramos advertir que
conducen a absurdos y, si buscamos la explicación
del significado de algo, fracasan rotundamente en alcanzar esto.
La verdad es que,
para explicar el significado, el
“positivismo” no es bueno.
Para éste, la
naturaleza es un libro cerrado del que sólo estudia el aspecto exterior.
En la cuestión de
estudiar la acción de la
naturaleza, los métodos “positivistas” van muy lejos, como lo demuestran todos
los innumerables logros de las ciencias técnicas modernas.
Pero en el mundo,
todo tiene su clara esfera de acción.
El “positivismo” es
muy bueno cuando busca una respuesta a la cuestión de cómo funciona algo en condiciones dadas.
Pero cuando intenta
ir más allá de sus condiciones definidas (tiempo, espacio y causalidad) o
empieza a afirmar que fuera de las condiciones dadas no existe nada,
evidentemente traspasa los linderos de una esfera que le es ajena.
Es verdad que los
pensadores “positivistas” más serios niegan toda posibilidad de preguntas de
"por qué" y "para qué" en la "investigación
positivista".
La filosofía
“positivista” considera casi un absurdo la búsqueda de significado y finalidad.
Por supuesto, hay más
verdad en esto, porque la teleología, desde
el punto de vista “positivista”, es realmente un absurdo.
Pero, concretamente,
el punto de vista “positivista” no es el único posible.
El error habitual del
“positivismo” radica en el hecho de que no ve nada salvo a sí mismo, y considera que todo es posible para él,
o contempla como generalmente imposibles muchas cosas que en realidad son muy
posibles pero no para el
estudio “positivista”.
Sin embargo, la
humanidad nunca cesará de buscar respuestas a las preguntas de por qué y para qué.
En relación con la
naturaleza, un científico “positivista” está casi en la misma posición que un
salvaje en una biblioteca llena de libros raros y valiosos.
Para un salvaje, un
libro es una cosa de cierto tamaño y peso.
Por más que trate de
descifrar la finalidad de esta cosa extraña, nunca la entenderá por su
apariencia, y el contenido del libro seguirá
siendo para él el noúmeno insondable.
Y de igual modo, el
contenido de la naturaleza es tan insondable para un científico “positivista”.
Pero si un hombre sabe de la existencia del contenido
del libro -el noúmeno de la vida-, si sabe que un significado misterioso se
oculta bajo los fenómenos visibles, es posible que, al final, llegue a la
esencia de la cosa.
Para esto es
necesario entender la idea del contenido interior, o sea el significado de la
cosa en sí.
El científico que
halla tablillas con jeroglíficos o inscripciones cuneiformes en idioma
desconocido, las descifra y lee después de muchísimo trabajo.
Y a fin de leerlas
necesita solamente una cosa: saber que estos signos representan escritura.
Mientras los
considere un adorno, un ornato externo de las tablillas, o un dibujo accidental
desconectado de cualquier significado, su significado e importancia
permanecerán para él completamente cerrados.
Pero tan pronto
presupone la existencia de este significado, surge la posibilidad de captarlo.
Cada cifra puede
leerse, hasta sin clave alguna.
Pero uno debe saber
que es una cifra.
Esta es la condición
primera e indispensable.
Sin ella, nada podrá
hacerse.
Hace mucho tiempo que
la filosofía conoce la idea de la existencia de los aspectos visibles y ocultos
de la vida.
Se debe admitir que
los acontecimientos o fenómenos representan
solamente un aspecto del mundo, un aspecto aparente, exento de existencia real
y que nace en el momento de nuestro contacto con el mundo real; un aspecto
infinitamente pequeño en comparación con el otro.
El otro aspecto,
noúmeno, se consideraban como realmente existente en sí, pero inaccesible para
nuestra percepción.
Pero no puede haber
error mayor que considerar al mundo como dividido
en fenómenos y noúmenos -considerar a fenómenos y noúmenos como
separados uno del otro, existiendo independientemente uno del otro y capaces de
percibirse aparte uno del otro.
Esto es completo
analfabetismo filosófico, que se manifiesta muy claramente en las teorías espiritualistas dualistas.
La división de fenómenos
y noúmenos existe solamente en nuestra percepción.
El "mundo
fenoménico" es meramente nuestra representación incorrecta del mundo.
Como dijera Karl du
Prel, el mundo del más allá es
solamente este mundo percibido extrañamente.
Más correcto sería decir
que este mundo es solo el mundo del
más allá percibido extrañamente.
Es muy correcta la
idea de KANT de que el estudio del aspecto fenoménico del mundo no nos acercará
más al conocimiento de las "cosas en sí mismas".
Una "cosa en
sí" es una cosa como existe en sí, independientemente de nosotros.
El "fenómeno de
una cosa" es la cosa en el aspecto de ella que percibimos.
El ejemplo de un
libro en las manos de un salvaje analfabeta demuestra muy claramente que es
suficiente desconocer la existencia del noúmeno de una cosa (el contenido del
libro en este caso) para que no se manifieste en los fenómenos.
Pero el conocimiento
de su existencia es suficiente para abrir la posibilidad de hallarlo por medio
de los mismísimos fenómenos cuyo estudio habría sido cabalmente inútil sin el
conocimiento de la existencia del noúmeno.
Tal como para un
salvaje es imposible que se acerque al conocimiento de la naturaleza de un
reloj estudiando el aspecto fenoménico de éste, o sea, la cantidad de
ruedecillas y la cantidad de dientes de cada una de éstas, de igual modo en el
caso de un científico “positivista” que estudia el aspecto externo, que se
manifiesto, de la vida, su secreta razón de ser y la finalidad de
manifestaciones separadas permanecerán eternamente ocultas.
Para un salvaje, el
reloj sería un juguete muy interesante, complejo, pero enteramente inútil.
De modo parecido,
ante los ojos de un materialista científico, un hombre parece ser un mecanismo
que nació de manera desconocida, infinitamente más complejo pero no menos
desconocido con respecto a la finalidad de su existencia.
Nos representamos
cuan incomprensibles serían las funciones de una vela y una moneda para un ser plano, que estudie dos círculos
idénticos en su plano.
Para un científico
que estudie al hombre como un
mecanismo, sus funciones serán igualmente incomprensibles.
Está claro por qué
esto debe ser así.
Porque la vela y la
moneda no son dos círculos idénticos, sino dos objetos muy distintos que tienen
significado y uso totalmente diferentes en el mundo que es superior al mundo
plano.
De modo parecido, un
hombre no es un mecanismo, sino algo que tiene una finalidad y un significado
en un mundo superior al mundo
visible.
Las funciones de la
vela y de la moneda en nuestro mundo son, para el imaginario ser plano, un
noúmeno inaccesible.
Está muy claro que el
fenómeno de un círculo no puede dar idea alguna de la función de la vela y su
diferencia con la moneda.
Pero la percepción bidimensional existe no sólo en un plano.
El pensamiento
materialista trata de aplicarla a la vida real.
Ouspensky
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