jueves, 12 de febrero de 2015

MÉTODOS POSITIVISTAS

MÉTODOS POSITIVISTAS

No logramos advertir que los métodos “positivistas” conducen a absurdos

Estamos demasiado acostumbrados a los métodos "positivistas" y no logramos advertir que conducen a absurdos y, si buscamos la explicación del significado de algo, fracasan rotundamente en alcanzar esto.

La verdad es que, para explicar el significado, el “positivismo” no es bueno.

Para éste, la naturaleza es un libro cerrado del que sólo estudia el aspecto exterior.

En la cuestión de estudiar la acción de la naturaleza, los métodos “positivistas” van muy lejos, como lo demuestran todos los innumerables logros de las ciencias técnicas modernas.

Pero en el mundo, todo tiene su clara esfera de acción.

El “positivismo” es muy bueno cuando busca una respuesta a la cuestión de cómo funciona algo en condiciones dadas.

Pero cuando intenta ir más allá de sus condiciones definidas (tiempo, espacio y causalidad) o empieza a afirmar que fuera de las condiciones dadas no existe nada, evidentemente traspasa los linderos de una esfera que le es ajena.

Es verdad que los pensadores “positivistas” más serios niegan toda posibilidad de preguntas de "por qué" y "para qué" en la "investigación positivista".

La filosofía “positivista” considera casi un absurdo la búsqueda de significado y finalidad.

Por supuesto, hay más verdad en esto, porque la teleología, desde el punto de vista “positivista”, es realmente un absurdo.

Pero, concretamente, el punto de vista “positivista” no es el único posible.

El error habitual del “positivismo” radica en el hecho de que no ve nada salvo a sí mismo, y considera que todo es posible para él, o contempla como generalmente imposibles muchas cosas que en realidad son muy posibles pero no para el estudio “positivista”.

Sin embargo, la humanidad nunca cesará de buscar respuestas a las preguntas de por qué y para qué.

En relación con la naturaleza, un científico “positivista” está casi en la misma posición que un salvaje en una biblioteca llena de libros raros y valiosos.

Para un salvaje, un libro es una cosa de cierto tamaño y peso.

Por más que trate de descifrar la finalidad de esta cosa extraña, nunca la entenderá por su apariencia, y el contenido del libro seguirá siendo para él el noúmeno insondable.

Y de igual modo, el contenido de la naturaleza es tan insondable para un científico “positivista”.

Pero si un hombre sabe de la existencia del contenido del libro -el noúmeno de la vida-, si sabe que un significado misterioso se oculta bajo los fenómenos visibles, es posible que, al final, llegue a la esencia de la cosa.

Para esto es necesario entender la idea del contenido interior, o sea el significado de la cosa en sí.

El científico que halla tablillas con jeroglíficos o inscripciones cuneiformes en idioma desconocido, las descifra y lee después de muchísimo trabajo.

Y a fin de leerlas necesita solamente una cosa: saber que estos signos representan escritura.

Mientras los considere un adorno, un ornato externo de las tablillas, o un dibujo accidental desconectado de cualquier significado, su significado e importancia permanecerán para él completamente cerrados.

Pero tan pronto presupone la existencia de este significado, surge la posibilidad de captarlo.

Cada cifra puede leerse, hasta sin clave alguna.

Pero uno debe saber que es una cifra.

Esta es la condición primera e indispensable.

Sin ella, nada podrá hacerse.

Hace mucho tiempo que la filosofía conoce la idea de la existencia de los aspectos visibles y ocultos de la vida.

Se debe admitir que los acontecimientos o fenómenos representan solamente un aspecto del mundo, un aspecto aparente, exento de existencia real y que nace en el momento de nuestro contacto con el mundo real; un aspecto infinitamente pequeño en comparación con el otro.

El otro aspecto, noúmeno, se consideraban como realmente existente en sí, pero inaccesible para nuestra percepción.

Pero no puede haber error mayor que considerar al mundo como dividido en fenómenos y noúmenos -considerar a fenómenos y noúmenos como separados uno del otro, existiendo independientemente uno del otro y capaces de percibirse aparte uno del otro.

Esto es completo analfabetismo filosófico, que se manifiesta muy claramente en las teorías espiritualistas dualistas.

La división de fenómenos y noúmenos existe solamente en nuestra percepción.

El "mundo fenoménico" es meramente nuestra representación incorrecta del mundo.

Como dijera Karl du Prel, el mundo del más allá es solamente este mundo percibido extrañamente.

Más correcto sería decir que este mundo es solo el mundo del más allá percibido extrañamente.

Es muy correcta la idea de KANT de que el estudio del aspecto fenoménico del mundo no nos acercará más al conocimiento de las "cosas en sí mismas".

Una "cosa en sí" es una cosa como existe en sí, independientemente de nosotros.

El "fenómeno de una cosa" es la cosa en el aspecto de ella que percibimos.

El ejemplo de un libro en las manos de un salvaje analfabeta demuestra muy claramente que es suficiente desconocer la existencia del noúmeno de una cosa (el contenido del libro en este caso) para que no se manifieste en los fenómenos.

Pero el conocimiento de su existencia es suficiente para abrir la posibilidad de hallarlo por medio de los mismísimos fenómenos cuyo estudio habría sido cabalmente inútil sin el conocimiento de la existencia del noúmeno.

Tal como para un salvaje es imposible que se acerque al conocimiento de la naturaleza de un reloj estudiando el aspecto fenoménico de éste, o sea, la cantidad de ruedecillas y la cantidad de dientes de cada una de éstas, de igual modo en el caso de un científico “positivista” que estudia el aspecto externo, que se manifiesto, de la vida, su secreta razón de ser y la finalidad de manifestaciones separadas permanecerán eternamente ocultas.

Para un salvaje, el reloj sería un juguete muy interesante, complejo, pero enteramente inútil.

De modo parecido, ante los ojos de un materialista científico, un hombre parece ser un mecanismo que nació de manera desconocida, infinitamente más complejo pero no menos desconocido con respecto a la finalidad de su existencia.

Nos representamos cuan incomprensibles serían las funciones de una vela y una moneda para un ser plano, que estudie dos círculos idénticos en su plano.

Para un científico que estudie al hombre como un mecanismo, sus funciones serán igualmente incomprensibles.

Está claro por qué esto debe ser así.

Porque la vela y la moneda no son dos círculos idénticos, sino dos objetos muy distintos que tienen significado y uso totalmente diferentes en el mundo que es superior al mundo plano.

De modo parecido, un hombre no es un mecanismo, sino algo que tiene una finalidad y un significado en un mundo superior al mundo visible.

Las funciones de la vela y de la moneda en nuestro mundo son, para el imaginario ser plano, un noúmeno inaccesible.

Está muy claro que el fenómeno de un círculo no puede dar idea alguna de la función de la vela y su diferencia con la moneda.

Pero la percepción bidimensional existe no sólo en un plano.

El pensamiento materialista trata de aplicarla a la vida real.

Ouspensky





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