miércoles, 11 de febrero de 2015

LA MUERTE DE LOS YOES

LA MUERTE DE LOS YOES

Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.

Este texto tiene múltiples significaciones y volveremos a él a menudo.

Pero ante todo, es indispensable reconocer que el principio que contiene se aplica cabalmente al hombre.

Hay un libro de aforismos que nunca ha sido publicado y que probablemente no lo será jamás.

Ya he hablado de él cuando nos preguntábamos sobre el sentido del saber, y el aforismo que les he citado ha sido extraído de él.

Con referencia a lo que estamos hablando ahora, este libro decía:

El hombre puede nacer, pero para nacer primero debe morir; y para morir, primero debe despertar.

En otra parte, este mismo libro dice:

Cuando el hombre despierta, puede morir; cuando muere, puede nacer.

Debemos comprender lo que esto significa.

Despertar, morir, nacer.

Estas son tres etapas sucesivas.

Si estudian los Evangelios con atención, verán que se trata a menudo sobre la posibilidad de nacer, pero los textos no hablan menos de la necesidad de morir, y también muy a menudo de la necesidad de despertar:

Velad, porque no conocéis ni el día ni la hora...

Pero estas tres posibilidades: despertar (ó no dormir), morir, y nacer, no se ponen en relación una con otra.

Sin embargo, toda la cuestión está allí.

Si un hombre muere sin haber despertado, no puede nacer.

Si un hombre nace sin haber muerto, puede devenir una cosa inmortal.

Así, el hecho de no haber muerto impide que el hombre nazca; y el hecho de no haber despertado le impide morir; y de haber nacido antes de morir, este hecho le impedirá ser.

Ya hemos hablado lo suficiente del significado del nacimiento.

Nacer no es sino otra palabra para designar el comienzo de un nuevo crecimiento de la esencia, el comienzo de la (11 San Juan, XII, 24). formación de la individualidad, el comienzo de la aparición de un «Yo» indivisible.

Pero para ser capaz de alcanzarlo, o al menos de entrar en este camino, el hombre debe morir; esto quiere decir que debe librarse de una multitud de pequeños apegos y de identificaciones que lo mantienen en la situación en que se encuentra actualmente.

SUS SUFRIMIENTOS………

En su vida tiene apego por todo, está apegado a su imaginación, apegado a su estupidez, apegado aun a sus sufrimientos — y quizás a sus sufrimientos más aún que a cualquier otra cosa.

Debe librarse de este apego.

El apego a las cosas, la identificación con las cosas, mantienen vivientes en el hombre un millar de «yoes» inútiles.

Estos «yoes» deben morir.

Pero ¿cómo se puede hacerlos morir? No quieren morir.

Es aquí donde la posibilidad de despertar viene en nuestra ayuda.

DARSE CUENTA………

Despertar significa darse cuenta de su propia nulidad, es decir, darse cuenta de su propia mecanicidad, completa y absoluta, y de su propia impotencia, no menos completa ni menos absoluta.

Pero no basta comprenderlo filosóficamente con palabras.

Hay que comprenderlo con hechos sencillos, claros, concretos, con hechos que nos conciernen.

Cuando un hombre comienza a conocerse un poco, ve en sí mismo muchas cosas que no pueden dejar de horrorizarlo.

En tanto que un hombre no se horrorice, no sabe nada sobre sí mismo.

Un hombre ha visto en sí mismo algo que lo horroriza.

Decide deshacerse de esto, eliminarlo, acabar con ello.

Sin embargo, siente que a pesar de sus esfuerzos no puede hacerlo, que todo permanece como antes.

Entonces verá su impotencia, su miseria y su nulidad; o también, cuando comienza a conocerse a sí mismo, un hombre ve que no posee nada, es decir que todo lo que él consideraba como suyo, sus ideas, sus pensamientos, sus convicciones, sus hábitos, aun sus defectos y sus vicios, nada de todo esto le pertenece: todo ha sido tomado de cualquier parte, todo ha sido copiado tal cual es.

El hombre que siente esto puede sentir su nulidad.

Al sentir su nulidad, no por un segundo ni por un momento, sino constantemente, un hombre se verá tal cual es en realidad, y no lo olvidará jamás.

Esta conciencia continua de su nulidad y de su miseria, finalmente le dará el valor para morir, es decir para morir no simplemente en su mente, o en teoría, sino morir de hecho, y renunciar positivamente y para siempre a todos estos aspectos de sí mismo que no ofrecen ninguna utilidad desde el punto de vista de su crecimiento interior, o que se le oponen.

Estos aspectos son ante todo su «falso yo», y luego todas sus ideas fantásticas sobre su «individualidad», su «voluntad», su «conciencia», su «capacidad de hacer», sus poderes, su iniciativa, sus capacidades de decisión, y así sucesivamente.

Más para llegar un día a ser capaz de ver una cosa todo el tiempo, hay que verlo primero una vez, aunque sea por un segundo.

Todos los nuevos poderes, todas las capacidades de realización, vienen de una sola y misma manera.

Al comienzo se trata sólo de raras vislumbres que no duran sino un instante; luego éstas pueden reproducirse más a menudo y durar cada vez más tiempo, hasta que al fin, después de un larguísimo trabajo, se vuelven permanentes.

La misma ley se aplica al despertar.

Es imposible despertar completamente de un solo golpe.

Hay que comenzar primero por despertar durante muy breves instantes.

Pero hay que morir de golpe y para siempre, después de haber hecho un cierto esfuerzo, después de haber triunfado sobre un cierto obstáculo, después de haber tomado una cierta decisión, de la cual no se puede retroceder.

Esto sería difícil y aun imposible, si no se hubiera hecho anteriormente un despertar lento y gradual.

Pero hay miles de cosas que impiden que el hombre despierte y que lo mantienen en poder de sus sueños.

Para actuar conscientemente con la intención de despertar, hay que conocer la naturaleza de las fuerzas que retienen al hombre en el sueño.

Ante todo, hay que comprender que el sueño en el cual existe el hombre no es un sueño normal, sino hipnótico.

El hombre está hipnotizado, y este estado hipnótico está mantenido y reforzado continuamente en él.

Todo pasa como si hubiera ciertas fuerzas para las cuales sería útil y beneficioso el mantener al hombre en un estado hipnótico, con el fin de impedirle que vea la verdad y que se dé cuenta de su situación.

Ouspensky




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