LA MUERTE DE LOS YOES
Si el grano de trigo
no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.
Este texto tiene
múltiples significaciones y volveremos a él a menudo.
Pero ante todo, es
indispensable reconocer que el principio que contiene se aplica cabalmente al
hombre.
Hay un libro de
aforismos que nunca ha sido publicado y que probablemente no lo será jamás.
Ya he hablado de él
cuando nos preguntábamos sobre el sentido del saber, y el aforismo que les he
citado ha sido extraído de él.
Con referencia a lo
que estamos hablando ahora, este libro decía:
El hombre puede nacer, pero para nacer primero debe morir; y para
morir, primero debe despertar.
En otra parte, este
mismo libro dice:
Cuando el hombre despierta, puede morir; cuando muere, puede nacer.
Debemos comprender lo
que esto significa.
Despertar, morir,
nacer.
Estas son tres etapas
sucesivas.
Si estudian los
Evangelios con atención, verán que se trata a menudo sobre la posibilidad de
nacer, pero los textos no hablan menos de la necesidad de morir, y también muy
a menudo de la necesidad de despertar:
Velad, porque no
conocéis ni el día ni la hora...
Pero estas tres
posibilidades: despertar (ó no dormir), morir, y nacer, no se ponen en relación
una con otra.
Sin embargo, toda la
cuestión está allí.
Si un hombre muere
sin haber despertado, no puede nacer.
Si un hombre nace sin
haber muerto, puede devenir una cosa inmortal.
Así, el hecho de no
haber muerto impide que el hombre nazca; y el hecho de no haber despertado le
impide morir; y de haber nacido antes de morir, este hecho le impedirá ser.
Ya hemos hablado lo
suficiente del significado del nacimiento.
Nacer no es sino otra
palabra para designar el comienzo de un nuevo crecimiento de la esencia, el
comienzo de la (11 San Juan, XII, 24). formación de la individualidad, el
comienzo de la aparición de un «Yo» indivisible.
Pero para ser capaz
de alcanzarlo, o al menos de entrar en este camino, el hombre debe morir; esto
quiere decir que debe librarse de una multitud de pequeños apegos y de
identificaciones que lo mantienen en la situación en que se encuentra
actualmente.
SUS SUFRIMIENTOS………
En su vida tiene
apego por todo, está apegado a su imaginación, apegado a su estupidez, apegado
aun a sus sufrimientos — y quizás a sus sufrimientos más aún que a cualquier
otra cosa.
Debe librarse de este
apego.
El apego a las cosas,
la identificación con las cosas, mantienen vivientes en el hombre un millar de
«yoes» inútiles.
Estos «yoes» deben morir.
Pero ¿cómo se puede
hacerlos morir? No quieren morir.
Es aquí donde la
posibilidad de despertar viene en nuestra ayuda.
DARSE CUENTA………
Despertar significa
darse cuenta de su propia nulidad, es decir, darse cuenta de su propia
mecanicidad, completa y absoluta, y de su propia impotencia, no menos completa
ni menos absoluta.
Pero no basta
comprenderlo filosóficamente con palabras.
Hay que comprenderlo
con hechos sencillos, claros, concretos, con hechos que nos conciernen.
Cuando un hombre comienza
a conocerse un poco, ve en sí mismo muchas cosas que no pueden dejar de
horrorizarlo.
En tanto que un
hombre no se horrorice, no sabe nada sobre sí mismo.
Un hombre ha visto en
sí mismo algo que lo horroriza.
Decide deshacerse de
esto, eliminarlo, acabar con ello.
Sin embargo, siente
que a pesar de sus esfuerzos no puede hacerlo, que todo permanece como antes.
Entonces verá su
impotencia, su miseria y su nulidad; o también, cuando comienza a conocerse a
sí mismo, un hombre ve que no posee nada, es decir que todo lo que él
consideraba como suyo, sus ideas, sus pensamientos, sus convicciones, sus
hábitos, aun sus defectos y sus vicios, nada de todo esto le pertenece: todo ha
sido tomado de cualquier parte, todo ha sido copiado tal cual es.
El hombre que siente
esto puede sentir su nulidad.
Al sentir su nulidad,
no por un segundo ni por un momento, sino constantemente, un hombre se verá tal
cual es en realidad, y no lo olvidará jamás.
Esta conciencia
continua de su nulidad y de su miseria, finalmente le dará el valor para morir,
es decir para morir no simplemente en su mente, o en teoría, sino morir de
hecho, y renunciar positivamente y para siempre a todos estos aspectos de sí
mismo que no ofrecen ninguna utilidad desde el punto de vista de su crecimiento
interior, o que se le oponen.
Estos aspectos son
ante todo su «falso yo», y luego todas sus ideas fantásticas sobre su
«individualidad», su «voluntad», su «conciencia», su «capacidad de hacer», sus
poderes, su iniciativa, sus capacidades de decisión, y así sucesivamente.
Más para llegar un
día a ser capaz de ver una cosa todo
el tiempo, hay que verlo primero una vez, aunque sea por un segundo.
Todos los nuevos
poderes, todas las capacidades de realización, vienen de una sola y misma manera.
Al comienzo se trata
sólo de raras vislumbres que no duran sino un instante; luego éstas pueden
reproducirse más a menudo y durar cada vez más tiempo, hasta que al fin,
después de un larguísimo trabajo, se vuelven permanentes.
La misma ley se aplica
al despertar.
Es imposible
despertar completamente de un solo golpe.
Hay que comenzar
primero por despertar durante muy breves instantes.
Pero hay que morir de golpe y para siempre, después de haber hecho un
cierto esfuerzo, después de haber triunfado sobre un cierto obstáculo, después
de haber tomado una cierta decisión, de la cual no se puede retroceder.
Esto sería difícil y
aun imposible, si no se hubiera hecho anteriormente un despertar lento y
gradual.
Pero hay miles de
cosas que impiden que el hombre despierte y que lo mantienen en poder de sus
sueños.
Para actuar
conscientemente con la intención de despertar, hay que conocer la naturaleza de
las fuerzas que retienen al hombre en el sueño.
Ante todo, hay que
comprender que el sueño en el cual existe el hombre no es un sueño normal, sino
hipnótico.
El hombre está
hipnotizado, y este estado hipnótico está mantenido y reforzado continuamente
en él.
Todo pasa como si
hubiera ciertas fuerzas para las cuales sería útil y beneficioso el mantener al
hombre en un estado hipnótico, con el fin de impedirle que vea la verdad y que
se dé cuenta de su situación.
Ouspensky
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